Con Cuba. Por Luis Britto Garcia

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A raíz de la invasión yanqui  en 1898,  que cortó el proceso independentista, el 80%  de las tierras cultivadas de Cuba pasaron a propiedad de estadounidenses; quienes también se apoderaron de la electricidad, la telefónica y la mayoría de las empresas, entre ellas la banca. El 70% del comercio se desarrollaba con Estados Unidos.  Las mafias de Lucky Luciano y Meyer Lansky se repartieron los casinos y el turismo sexual; intentaron convertir a La Habana en modelo anticipado de lo que luego sería Las Vegas. No había posibilidad  de transformar el país mediante la política convencional: durante casi  tres décadas la Enmienda Platt confirió derechos de intervención armada a la potencia del Norte. Ésta apoyaba desembozadamente dictaduras como la de Machado o Fulgencio Batista. Para el cubano digno era como vivir en un país extranjero.

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Contra esta abyección política, económica y social se rebeló la Revolución Cubana para cambiar radicalmente no sólo el panorama interno, sino también el mundial, reavivando la esperanza revolucionaria adormecida desde el reparto del planeta entre las grandes potencias. También inspiró derroteros insurgentes para la política de América Latina y el Caribe. Al llamar la atención sobre el área, posibilitó el dispositivo editorial que se traduciría en el Boom, y alentó la oleada contracultural que sacudiría al mundo en la década de los sesenta. 

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En lo interno, Cuba revolucionaria acumuló espectaculares logros en medicina,  deporte, cine,  plástica y  literatura.  En medio de privaciones, austeridad y racionamientos, garantiza para todos Educación, Salud y Seguridad Social. Repetimos  indicadores disponibles para 2020. El analfabetismo en Cuba es cero, mientras que  su bloqueador Estados Unidos cuenta 16 millones de iletrados (BBC). La esperanza cubana de vida es de 79,6 años, mayor que la de 79,2 en Estados Unidos (PNUD). El índice de mortalidad infantil es de 4,0, menor que el de 5,6 en la potencia  norteña (Index Mundi). El último índice de Gini disponible de 0,22 revela a Cuba como uno de los países con menor desigualdad del mundo; el de 40,5 descubre a Estados Unidos como el segundo país más desigual del planeta (Cepal.org). El índice cubano de desnutrición infantil, certificado por la Unicef, es cero. En el estado de Florida, con el doble de habitantes que en Cuba, la pandemia ha causado  37.895 defunciones, mientras que la bloqueada y asediada Cuba ha controlado el morbo  por más de un año sin colapso de los sistemas de salud, y  con 11.333.483  habitantes ha presentado apenas 218. 396 contagios y sólo 1.431 muertes (0.65% de los casos confirmados). En Cuba casi dos generaciones han crecido sin saber lo  que es el analfabetismo, la muerte de mengua, la indigencia. Hazaña inaudita, no sólo en Nuestra América, sino en casi todo el Tercer Mundo.

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Para  valorar  tales logros  hay que considerar que han sido cumplidos contra la agresiva torpeza de la primera potencia imperialista del mundo. Ya en 1959 ésta le retira la cuota de compra de azúcar. Desde la invasión abierta por Playa Girón hasta la guerra bacteriológica, desde el terrorismo contra naves y aeronaves hasta el financiamiento de opositores y campañas mediáticas, desde el centenar largo de intentos de magnicidio hasta el bloqueo condenado 28 veces por la Asamblea General de la ONU y que ha causado perjuicios por 147.853 millones de dólares, no hay agresión infame que Estados Unidos no haya aplicado contra Cuba. A ellas Trump añadió el corte de remesas y otras 243 medidas coercitivas, y el terrorista Biden intenta que la isla sea declarada Estado promotor del terrorismo.

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A  ochenta millas de distancia, no  sólo las luces de Miami  se divisan desde La Habana: también llegan las señales de radio, televisión y redes sociales de los más poderosos aparatos comunicacionales del Imperio, con la imagen ficticia de un capitalismo de consumo ilimitado y fortunas instantáneas,  supuestamente exento de racismo, desempleo  y crisis económicas. A ese fraude comunicacional que pinta un Paraíso capitalista superponen otro que dibuja en Cuba un infierno socialista. La derecha ha ido usurpando paso a paso los métodos de lucha de la izquierda. Como muestra valgan el catálogo de tácticas de desestabilización compilado por Gene Sharp y su aplicación sistemática contra los progresismos: cortes viales, guerrillas, técnicas de agit-prop, motines, movimientos sociales de maletín.

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Explica el canciller cubano  Rodríguez Parrilla que las protestas del 11 de julio en varias ciudades fueron convocadas por intensas campañas de  redes sociales estadounidenses,  mediante robots que cada segundo quintuplicaban  mensajes bajo la consigna #SOS.CUBA, lanzada desde Nueva York por la firma Proactivo Miami Incorporation, que recibió del gobierno de Florida el 15 de junio certificación para recibir fondos a tal efecto. Por lo cual “es inocultable el vínculo entre los fondos y las operaciones del gobierno de Estados Unidos y de estos operadores”.

 

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Sin embargo, 62 años llevan los aparatos mediáticos imperiales llamando a destruir el socialismo sin más resultado que la esporádica protesta del “Maleconazo” en 1994, durante el Período Especial. Puede ser que factores sobrevinientes expliquen las manifestaciones del 11 de julio. Las medidas coercitivas y la pandemia han disminuido para 2020 el PIB en 11%, las importaciones en 30%, y en 70% el turismo, una de las principales fuentes de divisas para adquirir insumos técnicos.  Ello se ha traducido en desabastecimiento, incluso de equipos médicos. Por otra parte, en los últimos tiempos fueron adoptadas  medidas de liberalización de la economía que incluyeron circulación paralela de divisa extranjera y moneda nacional,  legalización de la gestión por empresas privadas de algunas ramas económicas y de la agricultura en terrenos de propiedad social, reducción del empleo público y consiguiente incremento del “Trabajo por Cuenta Propia”, aumentos de precios  inflacionarios. Siempre es difícil la coexistencia de medidas económicas correspondientes a sistemas antagónicos. A los compañeros cubanos toca determinar si algunas de estas medidas incidieron en la situación actual, y si ameritan correctivos.

Julio Cortázar: «Lo confieso, tengo momentos de desánimo»

Una mosca dulcera, saltona y caprichosa quiere recorrerlo y se agarra con sus patitas a la superficie marrón de los zapatos. Luego avanza como alpinista por la larga pierna de un bluejean viejo, se ciega con el resplandor de una guayabera blanca y vuela hasta el hombro. Parece indecisa ante la barba, el cabello largo y medio despeinado. La cara de gladiador está allá arriba, la frente sobresaliente como un leve casco que se arruga y los ojos, dos peces azules suspendidos e inmóviles, pero atentos, están también en la cima. La mosca se decide, revolotea y en ese instante Julio Cortázar lanza un torbellino de humo de tabaco y la aventura llega a su final.

Julio Cortázar y su esposa Carol hablan con Jacobo Borges y, cuando Diana abre un poco las cortinas, sienten que aún no les desaparece el trasnocho, porque se han vuelto a deslumbrar. Pasaron unas pocas horas en Caracas en escala Managua-Panamá-Maiquetía.

Cortázar habla de Nicaragua: ―De hecho los nicas están en pie de guerra, la invasión parece inminente, no son nada optimistas en ese plano, esa es la impresión que se saca. Los milicianos se preparan, aunque creo que no son fatalistas, reina un clima de tranquilidad: van a enfrentar lo que venga pero esperan que no venga nada. Nicaragua está obligada a aprestarse a la defensa dedicando enorme energía y tiempo a eso. Encontré que han superado muchas cosas y hay alimentos, mercados nuevos…

Están oyendo Jacobo, Diana, Teodoro Petkoff y José Carrasquel. El escritor llegó a Caracas con ganas de conversar con el pintor Jacobo Borges, uno de sus mejores amigos y con otro amigo suyo, Petkoff, a quien de vez en cuando le pregunta ¿cómo está la crisis del petróleo?

―Usted ha tenido mucho contacto con Nicaragua, ¿medita una novela sobre la revolución sandinista? ―se le planteó la interrogante.

Cortázar explica entonces que hizo un cuento: ―Me motivó un viaje clandestino que hice a Nicaragua antes del triunfo sandinista. Estuve en Solentiname con Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez durante tres días. Hablé con los pescadores… ¿Somoza?, no se enteró nunca porque allí me ciudaron mucho.

Comenta que ha escrito muchos artículos sobre la cuestión nicaragüense. Opina que la revolución nica es diferente a la cubana. “Las revoluciones calcadas, en general, no funcionan. Me he dado cuenta de que es exagerado usar la palabra revolución porque en Nicaragua ha habido una liberación, no una revolución: ellos se liberaron de una tiranía pero las estructuras se han mantenido”.

Carol se mueve desde diversos ángulos tomando gráficas de la charla. Cortázar habla en ese instante de la vez que estuvo en Berkeley, y se percató de que los estudiantes norteamericanos no estaban enterados de lo que pasó en Cuba. Creían que Cuba era una nación independiente que de improviso fue sojuzgada por la URSS.

―¿Hay posibilidades de invasión en Nicaragua y El Salvador?

―La posibilidad existe ―responde― porque Ronald Reagan como persona es una suerte de típico fascista y tiene una violencia personal que quizás se debe a aquellos papeles de cowboy en el cine… además, es muy bruto e ignorante y se ha rodeado de gente como Haigh, quien es un paranoico.

Cortázar hace notar que en EE.UU. hay grandes diarios que le hacen a Reagan una oposición que el mandatario no esperaba, y es que el pueblo norteamericano no desea otro Vietnam. El Salvador les parece algo así.

―Podía haber una intervención armada sin que apareciesen los yanquis por parte alguna: en Honduras hay unos cincuenta asesores argentinos. Yo vi, por cierto, en San José de Costa Rica, hace pocas horas, varios helicópteros norteamericanos con soldados. Venían del Canal de Panamá, dicen que en ejercicios militares. A mí se me apretó el estómago y pensé: “Carajo, esto es la frontera con Nicaragua”, y uno se da cuenta de que hay unas tenazas cerrándose.

―¿Qué sucede con Argentina?

―Los cementerios son muy pacíficos y allá los militares se pasan el poder como se suceden los pases en el fútbol, pero los militares juegan en el mismo equipo…

Julio Cortázar se refiere a la situación económica argentina, con un dato que le parece el mejor símbolo de esa crisis: el mate, la yerba que para la gente del Paraná, por ejemplo, es mitigante a la hora de acabarse la comida, fue siempre lo más barato que hubo en el mercado.

―Hoy ―explica― el hombre va al almacén con su calabacita, para que le pongan hierba, porque no puede comprar un kilo de mate: cuesta demasiado.

¿Por qué francés?

Los brazos largos, delgados de Cortázar, llevan y traen las manos grandes, de nudos visibles, pecosas. Hace un gesto después de contar que él y Gabriel García Márquez enviaron a François Mitterrand un telegrama señalando que en Nicaragua se siente la amenaza de la invasión. “Lo hicimos desde Managua”. Cortázar piensa que lo de El Salvador fue el punto principal en la reunión del Presidente francés con Reagan.

A esta altura rebota la pregunta que todo un público lector ha querido hacer a Julio Cortázar: ―¿Por qué la ciudadanía francesa?

Cortázar sonríe. Sus dientes con nicotina, cortos, infantilmente rotos, a través de los cuales las palabras salen con un gangueo francés, subyacente en el “¿Vos qué creé?” se quedan para siempre fijados en la película de la cámara.

―Las objeciones que tenía en los aeropuertos o con cada polícia, la pérdida de media hora mientras el polícia veía mi pasaporte, han desaparecido con el pasaporte francés. Ese pasaporte me resuelve grandes problemas. Yo en este momento soy un ciudadano francés que continúa siendo un escritor latinoamericano: eso no tiene que cambiar, el corazón lo tengo en el lado izquierdo y el pasaporte en el derecho ―dice.

“Agente cubano”

Chupa su tabaco y agrega: “Desde hace 30 años vivo en Francia y no me había nacionalizado porque la embajada argentina y la CIA habían dado información falsa al gobierno francés. Decían que yo era un agente cubano pagado con el tabaco de La Habana… (ríe y comenta: “En vez de estar pagado con el oro de Moscú”), me consideran sospechoso de estarme metiendo en problemas franceses. El mismo día de la toma de posesión de Mitterrand, él invitó a muchos intelectuales, estaban Miguel Otero Silva, García Márquez, y yo también. Mitterrand me dijo que él conocía la injusticia cometida conmigo y a los quince días me entregó el pasaporte francés…”.

Más adelante expresa:

―La normalización de mi situación en el plano francés, no cambia mi posición hacia Latinoamérica, que es de gran fidelidad. En América Latina, en cualquier país latinoamericano me siento como en casa y me adapto en pocos días y esto que digo no es simple palabrerío.

Cortázar señala: “La idea de que renegaba de la nacionalidad latinoamericana venía de los argentinos”.

―Allá ―dijo― el chauvinismo y el nacionalismo son de los peores males. Convierten a los niños en patrioteros. De chico mis maestros me enseñaban cuidadosamente que éramos los más heroicos. “San Martín era superior a Bolívar, cuidado con los chilenos que son traidores, con los uruguayos que fueron provicia argentina, cuidado con los brasileños”… era un chauvinismo que nos metían en la cabeza y nosotros lo creíamos. Algunos lo siguen creyendo y ahora son generales…

Cortázar es un hombre tan sencillo como alto, tan humilde como modesto. Parece asombrado todavía del triunfo determinante de su literatura en el mundo.

Cree en el nacionalismo sano, en la identidad nacional y en la unidad de Latinoamérica en la diversidad. “¿Soñamos porque somos poetas?”, se pregunta.

―La política también es un cuento fantástico, arguye para repetir después algo que dijo Lenín: “Hay que soñar y tener control de los sueños”.

―¿Está inscrito en algún partido político?

―Siempre fui independiente.

―La política… ¿no le coarta su trabajo creativo en algún momento?

―Mi vocación es literaria ―dice Cortázar―, y de pronto parece sentir muchos deseos de hablar de ese tema:

―Hay días, en que he estado de viaje entre una reunión de un comité y un congreso, me digo “Caray, no tengo tiempo para escribir una novela”. Lo confieso: tengo momentos de desánimo. Pienso que me llaman para defender una causa, porque soy un escritor conocido, pero no me dejan escribir, me cuesta trabajo. Luego reflexiono y sé que uno siempre encuentra tiempo para escribir. Por ahora me dedico a los cuentos, pero tengo dos novelas en la cabeza.

La mosca ha vuelto y esta vez observa a Julio Cortázar desde una posición más estratégica: se ha posado en el borde de un florero de mesa.

―Una novela lleva de ocho meses a un año de tranquilidad, eso requiere para que te entregues a ella. Si la interrumpes, se enfría como la sopa y a nadie le gusta la sopa fría, pierdes el control de los personajes y esas cosas. Un día me voy a ir a una isla del Pacífico a escribir. Volveré con una novela…

Interrumpe el hilo de lo que dice para contar que en Argentina se sorprendieron en una ocasión porque apareció un cuento suyo que estaba dedicado a Borges. “No puede ser”, comentaron los lectores argentinos y tenían razón: al final del cuento decía: Este cuento se lo he dedicado al pintor venezolano Jacobo Borges.

Hace poco estuvo reunido con uno que se escribe sin “s” al final: Tomás Borge, el hombre fuerte de Nicaragua. Cuenta Cortázar que Tomás Borge lo observaba leer los diarios de Managua y le decía: “Lee también La Prensa”.

―Borge me dice: “Lee La Prensa”. Todos los días hay ataques contra el régimen sandinista. Lo he visto leyéndola y a veces se pone lívido de rabia. Si dependiera de sus vísceras la mandaría al diablo, pero él sabe que es necesario que eso siga… en Nicaragua hay mucha libertad, aunque lo tergiversen con informaciones que sostienen lo contrario. Los sandinistas tienen una gran paciencia.

Durante unas pocas horas Cortázar estuvo en Caracas. Durmió y desayunó en la capital venezolana.

―¿Cuál ha sido el libro suyo más vendido?

Rayuela… ―apunta sin dudas. “Es el que me gusta más también”.

―¿Y entre sus cuentos?

―Soy más cuentista que novelista y creo que mi mejor cuento es “El perseguidor”.

La mosca se ha llenado de valor para llegarse hasta la altura de aquella cara. Quizás le atrae el brillo de los anteojos.

Cortázar medita un instante y pregunta:

―¿Por qué vos me decís usted si yo te estoy tuteando?

Y en ese momento, de conversaciones menos periodísticas, la mosca pasa en vuelo aguerrido rumbo a la barba del escritor.

Precisamente cuando Julio Cortázar se pone de pie y lanza su bocanada de humo que oculta al florero de mesa por unos segundos y llena el espacio con el fuerte aroma del tabaco.

La mosca se mareó, dio varias volteretas y cayó al piso.

Un zapato marrón se le vino encima.

(Entrevista publicada originalmente el 16 de marzo de 1982 en el Papel literario del periódico El Nacional).

Mi gigante Fabricio

Ahí personas que con sus acciones marcan un punto de inflexión en la historia; uno de estas personas cuyas acciones marcaron rupturas históricas fue Fabricio Ojeda.
Al conmemorarse 59 años de la publicación de su Carta de renuncia al Congreso de la República. En opinión muy personal este es un hecho de gran importancia, y que sería a su vez el nacimiento de un gigante. Siempre e visto, e imaginado a Fabricio como a un gigante, como un superhéroe sin capa, como a un personaje salido de algún cuento de Cortázar. Lo veo luchando contra monstruos amorfos y corruptos, que devoran a los pueblos indefensos.
En ocaciones imagino a mi Fabricio acompañado de otro gigante justiciero, uno venido del sur, de la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, este otro gigante se llama Rodolfo, que al igual que mi gigante es periodista y escritor, ambos enfrentan las injusticias sociales de gobiernos traidores y dictaduras militares.
Al gigante Fabricio más allá de homenajes y discursos, insustanciales o no, se le necesita estudiar e interpretar más, Fabricio aún tiene mucho que decir, y mucho tiene aún que hacer por su pueblo.
Es por ello que acá les dejo a manera de homenaje el trabajo que hiciera Omar Ruiz Alzamos tus banderas Fabricio Ojeda. Libro que fuera publicado por el fondodelsur https://fondodelsur.com/category/prueba/

Enrique Fernandez / Presidente Fondo editorial del sur

Evocando a Artigas. Por Gonzalo Abella

A propósito de celebrarse un aniversario mas del nacimiento de uno de los hombres mas grandes de la historia de esta nuestra Patria grande; Gervasio Artigas, publicamos un capitulo del fascinante libro escrito por el maestro e historiador Gonzalo Abella; Artigas, el resplandor desconocido. En este libro el maestro de forma muy pedagógica nos adentra en la vida y obra del «Protector de los pueblos libres». 

Artigas fue visto por sus contemporáneos desde muy diversos ángulos. Todos tomaron partido, de una manera u otra, en relación a su propuesta. Nadie quedó indiferente. Odios y amores lo acompañaron siempre. Es muy importante la visión de sus contemporáneos porque después TANTO LOS DETRACTORES COMO ALGUNOS DE SUS SUPUESTOS DEFENSORES FALSIFICARON SU IMAGEN, SU PENSAMIENTO Y SU ACCION.

En realidad, los fundadores del Estado Oriental, los inventores de la Constitución de 1830, servidores de la política imperial británica y su engendro de mini-estado tapón, quisieron borrar a Artigas de la Historia.

Fue un mal comienzo para un país recién nacido. Claro que a pesar de eso y de los crímenes de Estado que aquí se cometieron (genocidio charrúa, complicidad en la agresión al Paraguay, dictaduras varias, discriminaciones y racismos diversos) nuestro pueblo escribió páginas muy hermosas y modeló poco a poco una identidad propia. Esta identidad se cimenta en valiosas tradiciones que son muy nuestras y se asocian a un modo de ser y de sentir, a una cultura peculiar y a una actitud libertaria. Pero el surgimiento del Estado Oriental fue una maniobra antiartiguista.

Todavía circula en el Uruguay un billete de cinco pesos que demuestra que en los festejos de la Jura de la Constitución de 1830 no hay una sola bandera artiguista, ni un solo criollo en ropas rurales, ni un indígena, ni un afroamericano. En el cuadro al óleo, que el billete reproduce, ondea la bandera del Imperio Británico y la del Imperio de Brasil, junto a la argentina y la del nuevo Estado. El 18 de Julio de 1830 los poderosos terratenientes y los embajadores imperiales tenían mucho que festejar. Se alegraban porque la nueva Constitución negaba los derechos democráticos de las mayorías, se alegraban porque Artigas estaba bien lejos y ya no volvería vivo, y porque los charrúas, memoria fiel de su proyecto multicultural, iban a ser exterminados. Pero Artigas quedó tan hondamente grabado en el corazón de la gente que no se pudo borrar, ni se pudo mantener la llamada «leyenda negra» en su contra.

Los gobernantes uruguayos entonces, después de su muerte, comenzaron poco a poco a exaltarlo de palabra y ponerlo sobre un pedestal, pero falsificaron su pensamiento y su acción. Sepultaron algunas de sus expresiones más claras, ocultaron el sentido esencial de su programa y rodearon de un misterio impenetrable sus últimos treinta fecundos años en suelo paraguayo.

Los militares, desde Latorre y Santos, fueron los primeros en advertir que la imagen de Artigas era utilizable como Primer Soldado de un país joven que necesitaba tradiciones. A pesar de esto hubo un sector del Partido Colorado, que se resistió por mucho tiempo a esta reivindicación porque todavía estaba muy vivo el recuerdo del enfrentamiento entre Artigas y el fundador de ese sector, Fructuoso Rivera. Este sector, como desgraciadamente hace la mayoría de las instituciones humanas, creyó menos en la fuerza de sus ideales, en el ejemplo de sus hombres y mujeres ilustres, que en el viejo método de falsificar los hechos históricos que lo comprometían.

Todo estaba muy fresco aún en 1870. Por ejemplo, se recordaba perfectamente que el abandono por parte de Rivera de las posiciones independentistas, sus acuerdos secretos con Pueyrredón en 1817 y su posterior enfrentamiento a los patriotas habían culminado con la decisión expresa del propio Rivera, este contradictorio personaje, de asesinar a Artigas. Esta decisión fue tomada y documentada por escrito en 1820 cuando ya era pública la adhesión de Rivera a la invasión portuguesa. A este tema volveré después.

Reivindicar a Artigas, así pensaban algunos caudillos riveristas en tiempos de Latorre, hubiera sido levantar un índice acusador contra su líder. Debía dejarse correr el tiempo, suprimirse documentos, adulterar hechos (como pueden hacerlo los vencedores cuando escriben la historia de los derrotados). Mucho después, si el afecto por Artigas sobrevivía en la gente sencilla, podría empezar a fabricarse un culto oficial a su memoria.

Debe tenerse en cuenta que el Partido Colorado fue la agrupación política con mayor «oficio» de gobierno en el país y la que ocupó los puestos claves de decisión durante la mayor parte de los siglos XIX y XX. Estuvo en el poder cada vez que se dio un viraje crucial, para bien o para mal; y en sus pocos momentos de opositor también se las arregló para incidir en los temas más trascendentales. Es el supremo hacedor de la Historia Oficial. Esto explica en parte el silencio oficial sobre las dimensiones más trascendentes del artiguismo.

Al Estado Uruguayo le falta aún hacer lo que el Papa Juan Pablo II hizo para la Iglesia: reconocer los errores institucionales de tiempos pasados, aún los más trágicos. Lástima que aquí no se haga todavía esa revisión, porque todas las agrupaciones políticas relevantes tuvieron y tienen en sus filas ciudadanos ilustres y personas capaces de jugarse por las libertades.

Tengo en mi poder el «Album Biográfico Ilustrado y Descripción Histórico Geográfica de la República O. del Uruguay» que el Gobierno de Batlle y Ordóñez publicó a todo lujo en 1904. Una foto inmensa del «Excmo. Sr. D. José Batlle y Ordóñez» es la carátula interior de la obra, y la exaltación de su personalidad motiva el primer artículo. Pues bien, en la parte histórica Artigas no existe. Leemos: «El 28 de febrero de 1811 un centenar de gauchos levantados en armas proclamaron la Independencia de la Provincia Oriental» (…) «Portugal invadió con un ejército de 12000 hombres. A pesar de los heroicos esfuerzos de Rivera que resistió durante cuatro años, la Banda Oriental quedó sojuzgada…» (1)

Es así. Sólo a partir de los años 20 del siglo XX el Partido Colorado en su conjunto, el partido al cual perteneciera Rivera, el partido casi único de gobierno, pensó que ya Artigas no era peligroso y que podía funcionar como héroe general lejano y legendario. Habían transcurrido setenta años desde su muerte y era un país sacudido por nuevos enfrentamientos entre los partidos «blanco» y «colorado» que necesitaba símbolos y próceres extrapartidistas. Aclaremos que, a título personal, ilustres ciudadanos «colorados» ya reivindicaban a Artigas con anterioridad.

Desde la muerte de Artigas en 1850 cuatro imágenes diferentes se han enfrentado para registrar su paso por la vida.

La primera imagen fue la llamada «Leyenda Negra». No fue inventada por sus enemigos frontales, los colonialistas españoles o portugueses. Fue creada por los liberales porteños y montevideanos para calumniarlo, llamándolo desde «anarquista» y «traidor» a «hombre sin más ley que su voluntad».

Hoy quedan pocos defensores de este punto de vista. El anciano Profesor Vázquez Franco quizás sea uno de los patéticos antiartiguistas que todavía disfrutan de ir contra el sentimiento popular con un raro exhibicionismo elitista. Mucho más respetable es el sentimiento de desconfianza de algunos jóvenes de hoy, a quienes Artigas se les hace sospechoso precisamente porque los desprestigiados gobernantes de turno le rinden homenaje. Pero ya nadie puede leer sin una sonrisa lo que escribió sobre Artigas su acérrimo enemigo Marcelo T. de Alvear, porteño monárquico, también adversario jurado de San Martín, cuando llegó a la vejez: «Artigas fue el primero que entre nosotros conoció el partido que se podía sacar de la brutal imbecilidad de las clases bajas haciéndolas servir en apoyo de su poder para esclavizar a las clases superiores» (2)

Ya no tienen el impacto buscado esas expresiones groseras que ahora golpean más al que las escribió que al acusado. En cambio, sutiles variantes de la «Leyenda Negra», mucho más adecuadas al mundo de hoy, aparecen en el libro de la Profesora Marta Canesa («Rivera, un Oriental Liso y Llano», Ed. Banda Oriental, varias reediciones, Montevideo) y en libros de otros autores también colorados. Allí, para justificar las volteretas políticas de Rivera, se presenta a éste como político flexible, pragmático y sensato. Se proyecta así hacia Artigas indirectamente, por oposición, la imagen de empecinado y terco en sus decisiones originarias.

Debe recordarse, en honor de esta línea partidista de pensamiento, que también es colorado Maggi y otros pensadores que han reivindicado el artiguismo y lo han intentado comprender en su esencia desde siempre.

Otras veces se ataca directamente a la cultura charrúa, desvalorizándola, para desvirtuar así la alta valoración de Artigas por los pueblos originarios, ocultando las enseñanzas que éstos le aportaron a aquél. Atacar a los charrúas (decir que eran «pocos», «indolentes», «incorregibles») es atacar sutilmente a su mejor amigo y discípulo, José Artigas.

A veces por la vía anticharrúa se llega al delirio. El profesor Padrón Favre afirma que Rivera asesina a los charrúas a pedido de los guaraníes, y ve en este genocidio la «solución a un conflicto interétnico» secular… ¡entre un pueblo de pradera y una inmensa cultura habitante de las selvas húmedas! (algo así como decir que la ruina de los zulúes se debió a que los aborígenes australianos les prohibieron cazar koalas). Se confunde así a la macroetnia Tupí Guaraní con los grupos guaraní cristianos, y se identifican a estos últimos (esto es lo más grave) con los mercenarios de sangre guaraní al servicio de los exterminadores de pueblos originarios. También sobre ese tema deberé volver en un anexo que titulé «Nuevas formas de racismo».

Frente a la «Leyenda Negra» apareció la segunda imagen: un Artigas de bronce, guerrero joven y fornido en un caballo monumental, con aspecto de gladiador italiano. Un Artigas sin contradicciones y sin vida privada, que un día decía una frase célebre y al día siguiente le tocaba una batalla, y que entre firmar documentos y derrotar enemigos había una gran vacío sin otras sensibilidades ni vivencias. Sus frases democráticas (de las cuales se mutilaban sus reflexiones sociales y las claras referencias sobre el respeto a las culturas diferentes) transformaron a Artigas en un recitador del credo liberal y democrático-republicano. Para levantar esta imagen no necesitaron adulterar las palabras, porque en verdad Artigas era partidario de las formas democráticas de gobierno del Estado y en esto coincidía con los liberales. Simplemente recortaron las frases y omitieron hechos.

Una tercera imagen aparece entre los «blancos» más nacionalistas y luego se modifica (para reafirmarse en lo esencial) en la óptica marxista de los años sesenta. Estos enfoques cuestionan la imagen de «liberal republicano moderado y prudente» de Artigas y demuestran documentadamente su radicalismo social.

Surge así una imagen más aproximada a la realidad: un Artigas partidario de la integración americana, federal, enemigo del unitarismo porteño y del centralismo montevideano, y en un compromiso de vida, inclaudicable, con los más oprimidos y marginados.

Ambas corrientes redescubrieron al «Artigas de los de abajo». Ambas corrientes tuvieron precursores de la talla de Acevedo Díaz (en su primera época) y de Jesualdo Sosa.

Algunos «blancos» quizás intuyeron mejor el carácter de este radicalismo, pero los marxistas escribieron muchos más libros. Esta diferencia de volumen entre la producción literaria de unos y otros se debió en parte a que los «blancos» nacionalistas se sintieron ahogados por las dramáticas contradicciones internas de su Partido (¿cuándo no?) donde también escribían historiadores eruditos de enfoque conservador que se definían como «blancos». En cambio los marxistas de los sesenta se sentían dueños del futuro.

Muchísimas frases de Artigas reforzaban esta imagen radical que ambas corrientes descubrieron y su trayectoria más conocida, entre 1811 y 1820, la refrendaba en cada ación.

Los «blancos revisionistas» rescataron el énfasis artiguista en el mundo rural, la defensa del gaucho, el celoso cuidado por las soberanías particulares, la lucha por la descentralización, la opción por formas de desarrollo que no postergaran siempre al habitante del campo; pero no podían citar la política agraria radical de Artigas en su verdadera dimensión y mucho menos impulsar las libertades civiles y religiosas hasta los niveles libertarios que sólo Artigas propusiera.

Tampoco comprendieron la dimensión multicultural de la propuesta, pero eso fue un pecado general que tampoco ningún «materialista histórico» advirtió.

Para muchos marxistas (cuarenta años atrás) Artigas fue un jacobino, un socialista utópico, un precursor de Marx, un profeta de la revolución social del siglo XX.

Estos autores en general sostenían que el Artiguismo fue expresión de los anhelos de los más desposeídos en un marco de relaciones precapitalistas en el campo uruguayo, y que con el alambrado de los campos su propuesta perdió vigencia, aunque no su ejemplo.

Pero en eso se equivocaron: la propuesta de Artigas ya era considerada una locura en su momento de apogeo por parte del pensamiento «progresista» urbano. Ante los ojos de las Logias liberales, mucho más sensatos aparecían Bolívar y San Martín, que se planteaban metas independentistas acordes con el «progreso» a la manera europea y norteamericana. Artigas en cambio era considerado (desde la hegemónica racionalidad europeizada) un loco, pero demostró que esa locura, sustentada en el apoyo de los pueblos, a veces funcionaba y funciona mejor que la sensatez de los otros.

Por eso yo vislumbro y me quedo con una cuarta imagen: la del Artigas como precursor de procesos participativos multiculturales, la de aquel que supo levantar mejor que nadie en su momento un programa de respeto a la diversidad cultural y a la integración continental desde «la soberanía particular de los pueblos», como él mismo decía.

La federación de Artigas no era tanto de provincias como de culturas, hermanadas primero en el suelo charrúa y después en toda la gran Cuenca Platense, territorio donde se había aprendido a convivir en el respeto a todos los diferentes que respetaban.  La Liga Federal era algo así como decir, desde el alma de cada cultura y de cada comunidad, la frase que él mismo puso en su escudo: «con libertad ni ofendo ni temo».

Esto incorporaba (o coincidía en parte con) las ideas esenciales del ideario progresista francés y norteamericano, y el pensamiento científico que siempre le interesó. También recogía las antiguas tendencias autonomistas de las ciudades medievales españolas y la defensa aldeana «del común».

Pero al afirmar como él lo hiciera: «los indios tienen el principal derecho» reconoce algo que no entraba en el pensamiento europeo de la época: los derechos de la Naturaleza, y de los pueblos que viven en ella, a ser respetados. La relación con la Naturaleza desde una cosmovisión indígena, afro y gaucha es radicalmente diferente, es totalmente opuesta a la relación de manejo y propiedad que impone sobre ella el colonialismo.

Artigas propone la coexistencia de cosmovisiones basada en el irrestricto respeto de cada una de ellas. Para ello resuelve dejar grandes zonas de Naturaleza sin repartir (ni siquiera su Reglamento Provisorio tocó esos lugares) para que los pueblos originarios, los afroamericanos y los gauchos pudieran vivir libremente en su hábitat.

En realidad, el Reglamento Provisorio es solamente la parte escrita de su programa. Da respuestas exclusivamente para la racionalidad propietarista, que es la única que Artigas busca corregir, democratizándola y subordinando el derecho de propiedad al interés común. El Reglamento es sólo una pieza de una política agraria más amplia, la cual en relación a los hábitats tradicionales sólo delimita zonas para que los propios pueblos hagan allí su ley. Este es uno de los aspectos de la «soberanía particular de los pueblos» y de la relación de Artigas con las culturas orales, que valoraban más la palabra que el documento.

 Y este respeto a la diversidad cultural es un aspecto muy importante que no advirtieron los estudiosos marxistas que investigaron sobre Artigas en los años 60. Para ellos el Reglamento Provisorio de 1815 fue un impulso al desarrollo de las fuerzas productivas generando relaciones de producción más democráticas; pero no lo percibieron tal cual era, inscripto en una estrategia mucho más general, de diálogo multicultural, de desarrollo basado en estrategias locales diferenciadas.

Estos autores no comprendieron la multiplicidad de propuestas, provenientes de las diversas culturas aliadas en la Liga Federal, que eran fuente esencial de la plataforma artiguista y base social del movimiento. Por consiguiente empobrecen sin quererlo el alcance del pensamiento de Artigas. En el fondo, señalándolo como precursor de su propia doctrina, reducen su vigencia a una coyuntura concreta de nuestra historia. Ignoran la dimensión que hoy llamaríamos «ecológico-socio-cultural» de su propuesta.

Para el marco teórico marxista de esos años el desarrollo de nuestras sociedades en el siglo XIX tenía un solo curso posible: el capitalista, que era requisito previo, premisa, de toda revolución auténticamente socialista. Artigas sólo era el camino para llegar al desarrollo capitalista por la vía menos dolorosa, la más democrática. Porque el capitalismo era por entonces, creían, un mal necesario: el único escalón intermedio posible hacia la justicia social definitiva. Después el marxismo y la clase obrera (hija rebelde del capitalismo) harían el resto. Aunque a muchos de nosotros nos costó entenderlo, la propuesta de Artigas era más profunda: era la flexible búsqueda de todos los caminos posibles hacia un progreso solidario y sustentable, recogiendo lo mejor de cada aporte cultural. Era éste un camino no predeterminado en sus detalles, sino basado en las decisiones descentralizadas y libres que cada comunidad de la Confederación fuera encontrando. El camino, el programa, se construía y se reconstruía entre todos, pero siempre partiendo de determinados axiomas irrenunciables vinculados a los derechos de todas las culturas y la igualdad entre ellas.

Este principio no es el simple derecho de cada individuo a ser igual ante la Ley, que proclamaba el pensamiento democrático europeo de la época, aunque lo abarcaba; es una elaboración conceptual de un alcance estratégico mucho mayor.

Al servicio de esta propuesta participativa soñaba Artigas poner a trabajar la ciencia europea, la tecnología gaucho-charrúa, la jesuita-guaraní, el aporte espiritual-cultural afro, todo ello dentro de la sabia cosmovisión de la pradera multicultural.

Al servicio de esta propuesta participativa soñaba Artigas con la siembra de las «Escuelas de la Patria», escuelas nada laicas por cierto, que tomaban partido abierto por la causa federal americana y por la defensa de la diversidad cultural, apoyadas en Bibliotecas Públicas, trabajando para que los pueblos americanos fueran «tan ilustrados como valientes». Uno de los más hermosos poemas de Ansina es, precisamente, el Himno de la Escuela de la Patria de Purificación.

Al servicio de esta propuesta participativa soñaba Artigas con desarrollar el arte. Por eso, en medio de la pobreza de sus tropas, pide al Cabildo de Montevideo «cuerdas para los músicos de bordonas».

Este Artigas multicultural (o gaucho, que es lo mismo) que desafía todos los esquemas y los marcos teóricos académicos, es no obstante ello la imagen que perduró más vivamente en nuestro pueblo, y especialmente en las zonas rurales.

Qué es y qué hace un intelectual. Por Luis Britto Garcia

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Intelectuales, inteligencia, intelócratas, intelligentzia,  incluso brillantina o pomada son términos en boga desde 1880, cuando un grupo de pensadores y artistas fija posición en Francia sobre el controvertido caso Dreyfus y tras pugnaz debate logra su  revisión. Si la terminología es novedosa, el tema  se remonta a las primeras sociedades humanas. Desde las tribus originarias con sus chamanes y piaches, Egipto con sus escribas, China con sus mandarines, Grecia con sus filósofos  y la Edad Media con sus monjes han existido seres humanos especializados en la concepción, preservación, difusión y aplicación de ideas. ¿Cuáles de ellos pueden ser apropiadamente designados como intelectuales, en el sentido moderno?

2

Para el cuarto trimestre de 2018, el Instituto Nacional de Estadística informa que  de 32.985.763 venezolanos están económicamente activos 15.947.719, cerca de  la mitad. De ellos,  15,08% son profesionales, técnicos y afines; 3,6%  gerentes, administradores o directores¸ 7,1%  empleados de oficina y afines, y 17,8% vendedores y  dependientes. Un 44,3 % de la fuerza de trabajo, aproximadamente la cuarta parte de la población,  se desempeña en labores de recolección, procesamiento y difusión de información, en las cuales prepondera aproximativamente el uso del intelecto sobre el esfuerzo físico. Se los puede catalogar por ello como trabajadores intelectuales.

3

Sin trabajador intelectual no hay civilización. Desde que el  sapiens empleó por primera vez un guijarro  como herramienta, los trabajadores intelectuales originan y preservan las más decisivas prácticas y trascendentes cambios  de la Historia. Actualmente, activan el llamado sector terciario de la economía (investigación, educación, información, turismo, entretenimiento, finanza, política) que genera cerca del 70% del PIB global. La fisonomía de un país se revela más que por cualquier otra cosa por la proporción de trabajadores intelectuales que aloja. Pero una mayoría de éstos sólo  aplica fórmulas y procedimientos elaborados por otros, sin añadirles ni omitirles componente  alguno. Para ser calificado de intelectual en el sentido moderno, el trabajador intelectual debe además ser creativo, proponer nuevas ideas o conocimientos o reelaborar significativamente los que existen.

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Mas no basta con desempeñarse creativamente en la generación, reelaboración o difusión de información para ser considerado intelectual en el sentido moderno. Tal designación se aplica históricamente  para aquellos que utilizan la prominencia obtenida en su campo específico para intervenir en el debate público. Newton, que  circunscribió sus estudios a las ciencias naturales, es un trabajador intelectual; Voltaire, Zola, Marx, Engels, que utilizan sus destrezas como escritores y pensadores para proponer creativamente cambios sociales y políticos, son intelectuales en el sentido moderno del término.

5

Esta distinción no niega ni elude el concepto de intelectual orgánico desarrollado por Gramsci. Entre los trabajadores intelectuales la mayoría pueden ser considerados orgánicos en cuanto aplican sus destrezas específicas en instituciones de la clase a la cual pertenecen, bien para perpetuar su hegemonía o para instaurarla.  Si bien hay intelectuales que no muestran una adscripción institucional, el sentido de sus obras la suple. Pero sólo deberían ser considerados intelectuales, en el sentido contemporáneo del término, el   grupo de trabajadores intelectuales que ejerce una función creativa y además interviene  activamente en el debate público.  Noam Chosmky,  lingüista prominente  del personal académico de una institución universitaria, es asimismo persona pública, que al expresar sus opiniones puede influir e influye de hecho en el curso de los acontecimientos que comenta. 

6

La influencia en el debate público se puede ejercer incluso fuera de la voluntad del trabajador intelectual. Nadie más alejado de la intención de participar en una polémica pública que Nicolás Copérnico, quien dispuso que sus trabajos sobre el sistema heliocéntrico permanecieran inéditos hasta después de su muerte. Pero la idea expresada en ellos era de tal  relevancia, modificó  tan decisivamente nuestra percepción del mundo, que todavía hoy hablamos de revoluciones “copernicanas”. De igual forma se negó Charles Darwin a participar en el enconado debate que suscitó la publicación de El Origen de las Especies, pero sus investigaciones todavía determinan en gran parte la manera en que interpretamos la vida. Me inclino  por calificar también de intelectuales a las personas cuyo trabajo conceptual opera un decisivo efecto económico, político, social o cultural, aunque éste no haya sido programado, previsto o debatido por su autor.

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Decía Gramsci que cada clase social tiene sus intelectuales: con la adscripción clasista por lo regular se heredan las ideas, aunque esta adscripción puede ser electiva. Vienen Carlos Marx y Federico Engels de  familias  burguesas, y su pensamiento no sólo los emancipa de ellas, sino que casi emancipa al mundo. Por el contrario, mucho intelectual surgido de las clases explotadas no tiene más ambición que celebrar a los explotadores y a través de tal estrategia convertirse en uno de ellos. Pues así como las clases dominantes controlan la producción material, tratan también de regir la producción intelectual con las instituciones de la superestructura: escuelas, secundarias, seminarios, academias, iglesias, inquisiciones, universidades, fundaciones, tanques de pensamiento, centros de investigación, medios de comunicación. En cada una de ellas operan  jerarquías de trabajadores intelectuales que defienden y reproducen el sistema. El intelectual revolucionario que lo desafía es un héroe vetado y perseguido por los aparatos culturales del sistema contra el cual insurge, y a veces del que ayuda a fundar.

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La categorización precedente incluye a los artistas. Una obra de arte es una idea expresada sensorialmente. Pocas cosas tan decisivas en el debate ideológico como las creaciones estéticas, bien por el contenido ideológico que expresan, bien  por la autoridad de que  invisten a las opiniones del creador. Las composiciones  de Chopin y  de Giuseppe Verdi son  poderosos agentes del resurgimiento nacional de Polonia e Italia. La Guernica de Picasso es  lápida de la sepultura ideológica del fascismo.

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Toda  revolución de la modernidad ha sido preparada conceptualmente por vanguardias ilustradas. Para la constitución de  éstas  es necesario un núcleo de trabajadores intelectuales con dificultades de integración social y habilidad para participar en el debate público; con creatividad para formular un proyecto alternativo; que el mismo suscite adhesiones; que éstas sean validadas por un compromiso,  y que dispongan de medios de comunicación  para divulgarlo. Sin intelectual no hay revolución. Lograda ella, es indispensable comprender la realidad para planificar la nueva sociedad, defenderla  y mantener la cohesión de las clases emergentes. Sin intelectuales no hay socialismo.

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 Así como con frecuencia critica, debe el intelectual aceptar críticas, siempre que sean formuladas en sus mismos términos: razonamientos claros, hechos concisos, pruebas decisivas. ¿Qué responder a quienes menosprecian la tarea del pensamiento? De una vez y para siempre  contestó de manera lapidaria al místico Weitling el joven Carlos Marx: “La ignorancia no ha servido jamás a nadie para nada”.

Alto Perú y el inició de la guerra civil que culminará con la independencia

Por: Olmedo Beluche.

El 25 de mayo de 1809, en la ciudad de Chuquisaca (La Plata), ubicada en lo que hoy es el Estado Plurinacional de Bolivia, se produjo una sublevación para deponer a las autoridades tradicionales e imponer una Junta Gubernativa compuesta por criollos. Este acto marcó el inicio de las guerras de independencia en Sudamérica que se prolongarían hasta el año 1825, en Alto Perú.

La interpretación simplista habitual reduce el acontecimiento al primer grito independentista de Hispanoamérica del sistema colonial español. Sin embargo, analizados los hechos se aprecia su complejidad, pues originalmente no era ese el objeto del conflicto político, sino la interpretación de que las autoridades coloniales locales conspiraban junto con las del virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, para entregar el territorio del Alto Perú a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, esposa del rey portugués, cuyo gobierno se había trasladado a Brasil.

El levantamiento fue duramente reprimido a dos manos, entre las autoridades coloniales limeñas y bonaerenses. Pero la llama ya estaba encendida. Chuquisaca precedió en un año a la llamada Revolución de Mayo en Buenos Aires.

En los años posteriores todo el territorio del Alto Perú se convertiría en el escenario de la guerra entre los monárquicos absolutistas del Virreinato del Perú contra los autonomistas (luego independentistas) porteños del Virreinato del Río de La Plata.

La importancia de la ciudad de Chuquisaca venía de antes, pues era el centro académico y cultural en que se formaron quienes serían los actores centrales del proceso independentista.

Chuquisaca, la fragua de la ilustración hispanoamericana

La capital de la audiencia de Charcas, la ciudad de Chuquisaca o La Plata, hoy llamada Sucre, fue un centro cultural e intelectual de primer orden durante los siglos XVII, XVIII y principios del XIX, gracias a la Universidad Mayor y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Una de las más antiguas del continente americano junto con la Universidad Mayor de San Marcos de Lima.

Dirigida por la orden de los jesuitas desde 1624, cuando se fundó, aunque incluía en su formación teología y filosofía, destacaron sus cursos de derecho, en que se formaron los llamados «doctores de Charcas», abogados forjados en sus aulas que tuvieron un papel protagónico en el proceso de independencia de Sudamérica. Figuras como Pedro Domingo Murillo, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo estudiaron en sus claustros.

La Universidad de Chuquisaca fue el centro académico por excelencia, pero también ocupó un lugar relevante la llamada Academia Carolina, la cual surgió luego de la expulsión de los jesuitas que regentaban la universidad (1767). La Academia Carolina ubicada en la misma ciudad, fue fundada en 1776, y se especializó en la formación de abogados.

En la Academia Carolina también se formaron figuras relevantes de la independencia como Mariano Moreno, Jaime Zudáñez, «así como también el 35% de los miembros de la junta insurreccional de La Paz en 1809, tres miembros de la junta de Buenos Aires en 1810 y 15 de los 31 diputados que, en 1816, proclamaron la independencia argentina» (Thibaut, 1997).

De esta pléyade de letrados formados en la capital de la audiencia de Charcas surgiría en el momento crítico la llamada doctrina de la «retroversión de la soberanía», que consistía en sostener que, ante la ausencia del rey (Fernando VII), ninguna autoridad podía reemplazarle aduciendo que automáticamente la legitimidad del poder le correspondía por su jerarquía, sino que la soberanía volvía al pueblo que es quien debía elegir o designar un nuevo gobierno o gobernante. Era esta decisión popular la que otorgaba verdadera legitimidad pues emanaba del pueblo a la manera como la describe J. J. Rousseau en el Contrato Social.

Soberanía popular o de la nación que no implicaba elecciones generales, ni asambleas populares, ni ningún tipo de participación de las masas explotadas. Esa soberanía popular estaba representada por los patricios de las ciudades, propietarios, hacendados y comerciantes, o abogados y militares.

Este argumento jurídico empleado por J. J. Castelli y J. J. Paso, la «retroversión de la soberanía», sirvió en Buenos Aires para desconocer la autoridad del virrey Cisneros en 1810. También se apeló a este principio, en Chuquisaca y La Paz (1809) para desconocer a las autoridades virreinales cuando se supo de los acontecimientos en España, la desaparición de la monarquía y se temió la idea de imponer a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey Fernando VII de España, esposa y princesa consorte del príncipe regente Juan de Portugal como reina regente del virreinato del Río de La Plata.

Tomás Pérez Vejo señala que, ante la ausencia del rey, por las Abdicaciones de Bayona, el debate a ambos lados del océano consistió en responder la pregunta «quién tenía el derecho a ejercer el poder en ausencia del rey» (Pérez Vejo, 2019, pág. 100). La respuesta fue disímil: para algunos era la «nación» española representada por las Cortes; para otros, especialmente en América, eran los cabildos, municipios o ciudades los que debían ejercer esa soberanía para dotarse de un gobierno legítimo constituido como «Juntas».

Todas las Juntas que se crearon en Hispanoamérica a lo largo de 1810, lo hicieron apelando a este principio, reforzado con el juramento de lealtad a Fernando VII, como quien dice, nos autoorganizamos hasta que retorne el rey y la «normalidad». El rechazo a esta actuación por parte de los sectores absolutistas es lo que va a iniciar las guerras civiles entre 1810 y 1811. No lo es la declaratoria de independencia todavía.

Hay que tener presente que, cuando estos sectores ilustrados del movimiento, reformista al principio, revolucionario después, hablaban de soberanía popular no pretendían la convocatoria a asamblea de ciudadanos al estilo ateniense.

Si bien en momentos claves se convocó al pueblo de las ciudades, sus «clases bajas», generalmente a las plazas frente a los cabildos que debían decidir, nunca se pretendió que el poder emigrara del control de los «patricios» de la ciudad, ni una «democracia» en el sentido actual del concepto.

Chuquisaca 1809, ¿Primer grito de independencia o no?

La historia oficial suele presentar los acontecimientos del 25 de mayo de 1809 en la ciudad de Chuquisaca como el primer acto de la independencia hispanoamericana. Quienes así piensan cometen anacronismo, un error que no les permite interpretar cabalmente aquellos acontecimientos porque sus ojos están obnubilados por un enfoque maniqueo de la independencia.

La explicación simple y de fondo de los hechos del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca tienen que ver con la confrontación entre dos partidos políticos que se habían formado de hecho: los juntistas y los carlotistas, en el sentido explicado anteriormente.

A una ciudad en la que ya afloraban por diversas razones contradicciones políticas y sociales, por un lado, entre el presidente de la Audiencia Ramón García de León Pizarro y el Cabildo, compuesto por comerciantes y propietarios españoles en su mayoría, junto a algunos criollos; por otro, entre el arzobispo Benito Moxó y el clero local, llegó José Manuel Goyeneche aristócrata arequipeño arribista y oportunista como ninguno.

Goyeneche había sido militar criollo en España. Luego de la invasión francesa coqueteó con Murat para lo enviara a América a promover entre los criollos la adhesión a los ocupantes; luego, antes de embarcar, conoció de la formación de la Junta de Sevilla, a la que acudió y también prometió representar de este lado del Atlántico; finalmente, antes de llegar a Buenos Aires hizo escala en Río de Janeiro, donde deliberó con Carlota de Borbón y también prometió representar sus intereses en la región, incluyendo Lima, hacia donde se dirigía.

Goyeneche llegaría hasta Lima, olvidando los encargos de Murat y Carlota, donde convenció al virrey Abascal de nombrarle gobernador en Cusco, y luego jefe de las operaciones militares en Alto Perú contra los sectores juntistas e independentistas.

A su paso por Buenos Aires ganó las simpatías del virrey Liniers, aunque no está claro en favor de cuál de todas las causas que defendía. Pero al llegar a Chuquisaca cometió el error de promover la causa «carlotista» en una región que llevaba décadas temiendo y combatiendo a los «bandeirantes» brasileños que intentaban sumar su territorio a ese reino. De manera que, aunque Goyeneche fue protegido del gobernador García de León Pizarro, las cartas de Carlota que portaba fueron rechazadas por toda la sociedad chuquisaqueña.

García de León Pizarro sometió el mensaje de Carlota al Claustro de la Universidad Chuquisaca, encabezados por Manuel de Zudáñez, cuya respuesta fue formal y dura, considerándola una traición al rey Fernando VII. Téngase presente que la historia ha colocado a el Claustro, la Universidad de Chuquisaca, la Academia Carolina y a los «doctores de Charcas» como la vanguardia ilustrada de los siglos XVIII y XIX. La que sigue es parte de su opinión formal en ese momento, principios de 1809:

«Que la inicua retención de la sagrada persona de nuestro Augusto Fernando Séptimo en Francia, no impide el que sus vasallos de ambos hemisferios, reconozcan inflexiblemente a su soberana autoridad, adoren su persona, cumplan con la observancia de las leyes, obedezcan a las autoridades, tribunales y jefes respectivos que los gobiernan en paz y quietud, y sobre todo a la junta Central establecida últimamente que manda a nombre de Fernando Séptimo, sin que la América necesite que una potencia extranjera quiera tomar las riendas del Gobierno como la Señora Princesa Doña Carlota Joaquina, a pretexto de considerarse «suficientemente autorizada y obligada a ejercer las veces de su Augusto Padre Don Carlos Cuarto (que ya dejó de ser Rey) y Real Familia de España existentes en Europa», expresiones de su manifiesto» (Revolución de Chuquisaca, octubre 2019).

Queda claro que los doctores de Charcas, pese a sus lecturas ilustradas, a ese momento de 1809 ni pretendían la independencia, ni romper con la monarquía presidida por Fernando VII. La contradicción política que produjo este pronunciamiento fue de dos tipos: una, con el arzobispo Moxó que hizo una oposición leve aduciendo que Carlota sí tendría derecho al trono porque había sido derogada la Ley Sálica que impedía a mujeres coronarse; dos, con el virrey Liniers, que mandó a destruir el documento.

Justamente este último hecho precipitó los acontecimientos cuando Zudáñez, el 20 de mayo de 1809, se enteró que el presidente de la Audiencia García de León Pizarro había destruido las actas que contenían las opiniones del Claustro sobre las pretensiones de Carlota. Es de suponerse que se temió la inminencia de la entrega a Carolina, y por su intermedio a Brasil, de la audiencia de Charcas y de todo el virreinato por parte de las autoridades. Surgieron rumores de que los oidores y el Cabildo pretendían la destitución de García de León Pizarro y, por el contrario, que este planeaba el arresto de todo el Cabildo.

El 24 de mayo se reunieron los oidores para destituirle y en la tarde del 25 éste ordenó la detención de ellos, logrando solo arrestar a Zudáñez porque los demás se escondieron.

Al saberse la detención de Zudáñez mucha gente de todos los sectores sociales de la ciudad, especialmente estudiantes y profesores de la universidad, se lanzaron a la calle gritando la consigna que sería común en todos los movimientos de este período hasta 1811: «¡Abajo el mal gobierno, viva el rey Fernando VII!»

La multitud airada liberó a Zudáñez y atacó los edificios públicos y logró someter a los militares que defendían al presidente. Formalizando los oidores, la noche del 25 de mayo, la destitución del presidente de la Audiencia, acusado de «traición a la patria».

«Traición a la patria». ¿Cuál patria?

¿Cuál patria? El historiador boliviano Rolando Costa Arduz ha reunido testimonios de tres testigos de la época que aseguran que la motivación del pueblo de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 no era la independencia de España. Rolando Costa empieza por establecer que la mayoría absoluta de los oidores que confrontaron al presidente García de León Pizarro eran de nacimiento españoles por ende no tendría lógica plantear la independencia (Costa Arduz, 2017).

Rolando Costa cita al doctor Manuel María (Del Barco) Urcullu, primer presidente de la Corte Superior de Justicia de Bolivia, quien afirma: «Que ninguno de estos actos tuvo por objeto la independencia»; cita a Juan Muñoz Cabrera, que dice: «el movimiento de Chuquisaca no tuvo por objeto inmediato la independencia, sino que por el contrario fue inspirado por una sincera adhesión a la causa del rey Fernando»; y finalmente a Manuel Sánchez de Velasco en el mismo sentido.

Rolando Costa establece la relación entre los dirigentes del movimiento de Chuquisaca y el presidente de la Junta de Montevideo, y enemigo de los carlotistas y de Liniers, Francisco Javier Elío suscrita por Álvarez de Arenales, uno de los dirigentes del 25 de mayo, donde dice: «…sin equívoco se expresó el patriotismo y fidelidad al soberano don Fernando Séptimo a quien Dios guíe, habiéndose manifestado fidelidad a nuestro amado soberano y aversión decidida a toda dominación extranjera». «La dominación extranjera» a la que se refiere no era España, sino Portugal a través de Carlota de Borbón.

La segunda carta que presenta como evidencia el historiador Rolando Costa Arduz es del propio Zudáñez, dirigida también a Elío, donde se expresa de la siguiente manera: «La Plata perseguida, calumniada y amenazada con su última ruina por la constancia y entereza de su inviolable adhesión a su caro y carísimo amo Fernando Séptimo» (Costa Arduz, 2017).

Si aún faltara más argumentación que sustente la realidad sobre aquel acontecimiento en el mismo sentido apuntan diversos testimonios recogidos por el historiador Gabriel René-Moreno en su artículo «Informaciones verbales sobre los sucesos de 1809 en Chuquisaca» (René-Moreno, 2009).

Revolución en La Paz y la Junta Tuitiva

Los «juntistas» que dirigieron los hechos en la ciudad de Chuquisaca o La Plata tuvieron la inteligencia de enviar emisarios («heraldos de la libertad», les ha llamado la historia posterior) a todos los confines del Alto Perú, no solo para dar a conocer lo sucedido, sino para promover la destitución de las autoridades, que consideraban traidoras, y reemplazarlas por «Juntas» de ciudadanos.

Los acontecimientos en la ciudad de La Paz del 16 de julio de 1809 constituyen un desarrollo de lo acontecido en mayo en Chuquisaca. Sin embargo, la historia oficial de Bolivia presenta el hecho también como una declaratoria de independencia de España que habría sido promovida por un partido secreto que llaman «independentistas», en el que aparecerían Bernardo de Monteagudo y el propio Manuel Zudáñez, del que ya hemos hablado. Considerando lo dicho por Zudáñez a Elío en la carta que acabamos de citar, aparece aquí una gran contradicción que conviene aclarar.

El argumento central de esta versión es el documento que se ha llamado «Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de la ciudad de La Paz», se señala a Mariano Michel como portador de esta proclama, y se obvia lo señalado por el historiador Ramón Muñoz, en el sentido de que: «Dr. Mariano Michel, mandado por la Audiencia de Chuquisaca, con una real provisión para prender a varios que se habían escapado en la noche del 26 de mayo» (Muñoz Cabrera, 1867).

Para completar la versión independentista se cita la proclama supuestamente llevada por Michel:

«Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno de nuestra Patria. Hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y la tiranía de un usurpador injusto que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos; hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español…


Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo de tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español; ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de gobierno fundado en los intereses de nuestra Patria, altamente deprimida por la política de Madrid; ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.


Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú relevad vuestros proyectos por la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo; no perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos para ser en adelante felices como desgraciados hasta el presente» (Dubrovic Luksic, 2008).

Pero el historiador boliviano José Luis Roca García ha establecido que existen 5 versiones de esta proclama y prueba como ha sido manipulada para presentarla como independentista en un momento en que ese objetivo no era la motivación central de dichos actos. En lo que él llama la versión número 1, la verdadera y que ubica en el año 1809 hay algunos párrafos que fueron borrados posteriormente y una alteración notable de otros:

«Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria. Hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra libertad primitiva a la tiranía de unos jefes déspotas y arbitrarios, que abusando de la alta investidura que les dio la clemencia del soberano, nos han reputado por salvajes y mirado como esclavos.

Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuía por los mismos, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y su ruina.

Ya es tiempo pues de elevar hasta los pies del trono del mejor de los monarcas, el desgraciado Fernando VII, nuestros clamores, y poner a la vista del mundo entero, los desgraciados procedimientos de unas autoridades libertinas.

Ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de gobierno fundado en los intereses del rey, de la patria y de la religión, altamente deprimidos por la bastarda política de Madrid.

Ya es tiempo en fin, de levantar los estandartes de nuestra acendrada fidelidad. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú: relevad nuestros proyectos por la ejecución, y aprovechaos de las circunstancias en las que estamos.

No miréis con desdén los derechos del rey y la felicidad de nuestro suelo. No perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos para acreditar nuestro inmarcesible vasallaje, y ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente» (Roca García, 1998).

El historiador José Luis Roca señala que esta versión fue reconocida como de su autoría por el cura Medina en los juicios posteriores contra sublevados, pues evidentemente no contenía un carácter subversivo. Roca establece que cuando critica a los «jefes déspotas y arbitrarios» no se está dirigiendo contra la monarquía, sino contra las autoridades locales. Por el contrario, es reiterativa la proclama en cuanto a su reconocimiento de Fernando VII como rey legítimo, lo cual era la tónica en ese momento, como ya hemos establecido. Y que cuando dice «la bastarda política de Madrid» se está refiriendo evidentemente al gobierno de José Bonaparte, no a Fernando.

Después de un análisis detallado de las versiones de las proclamas, y de otros documentos como el Plan de Gobierno y del «Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII», que se atribuye a Bernardo de Monteagudo, concluye José Luis Roca García:

«Conviene tener en cuenta que el leitmotiv tanto del Plan de Gobierno como de la apología y de la proclama (la primera versión), antes de que ésta sufriera las distorsiones regionalistas y patrioteras de la época republicana, es la libertad, como condición básica de la dignidad humana, pero no la independencia o separatismo que pertenecen más bien al área de las decisiones políticas. Las críticas al absolutismo contenidas en estos documentos no es distinta a la que formulaban en España las corrientes ilustradas y liberales que pronto iban a producir una transformación en la monarquía» (Roca García, 1998, pág. 117).

Nos quedamos con esas reflexiones sobre la verdadera razón de ser de los acontecimientos en La Plata y en La Paz de 1809, expresadas por el insigne historiador Roca García, pues hemos establecido que no nos detendríamos en los detalles históricos, que pueden ser leídos en muchísimos documentos disponibles, sino en establecer el sentido general de los hechos para comprenderlos de manera correcta y zafar de la manipulación patriotera que se les ha sometido.

El nombre que se dio a sí mismo el movimiento en La Paz no deja lugar a dudas sobre sus objetivos: Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo.

Empieza la guerra civil y va a durar 16 años

La interpretación de los hechos de Chuquisaca y La Paz del año 1809, de acuerdo a los documentos citados, prueba que el movimiento que depuso a las autoridades no era independentista de España, pero sí un reclamo de las poblaciones y los patricios locales por sus derechos y opiniones que consideraban que nunca eran tomados en cuenta por las autoridades tradicionales impuestas por los virreyes.

Puede que hubiera entre los alumnos y egresados de la universidad algunas personas más radicales, dispuestas a avanzar hacia la independencia y la república, pero ni eran las que dirigieron el movimiento, ni sus ideas aún estaban maduras para calar en la mente de los actores sociales en 1809.

Es claro que el detonante de los hechos fue el temor, infundado o no, de que se cediera el territorio y sus intereses a la monarquía portuguesa y brasileña. Es decir, fue un movimiento juntista y anticarlotista. Movimiento que creía, equivocadamente o no, que el virrey Liniers, y su agente local García de León Pizarro, eran carlotistas y sospechosos de traicionar, no solo a Fernando VII, sino a ellos: hacendados, comerciantes locales, funcionarios de segundo nivel, docentes, estudiantes, etc.

Si bien la vida de Chuquisaca giraba en torno a la universidad, medrando algo de la riqueza de la cercana Potosí, La Paz era una ciudad de pequeños y medianos comerciantes que aprovechaban la circunstancia de estar a medio camino de las dos capitales imperiales, Lima y Buenos Aires.

¿Era extensivo esa repulsa a los comerciantes de Buenos Aires, encabezado por Manuel Belgrano, quiénes en verdad, más que Liniers, acariciaron con entusiasmo el proyecto carlotista? ¿Había de fondo un choque de intereses entre los locales y los comerciantes que dominaban Buenos Aires? ¿O solo era un conflicto dirigido contra las autoridades virreinales?

El hecho es que la respuesta al movimiento en Chuquisaca y La Paz fue dura y sangrienta, y en ello unieron esfuerzos tanto el virrey Abascal desde Lima, como Liniers desde Buenos Aires, y posteriormente su reemplazo, el virrey Cisneros.

El actor inmediato para luchar por restaurar el orden depuesto fue el gobernador de Potosí, Francisco de Paula Sanz, el cual pidió ayuda tanto a Abascal como a Liniers y Cisneros. En septiembre Abascal, ordenó a Goyeneche, que había sido nombrado como gobernador en Cuzco, avanzar y reprimir el movimiento, empezando por La Paz. Desde el sur, el virrey Cisneros nombró como presidente de la audiencia de Charcas a Vicente Nieto, al cual envió con mil soldados, desconociendo lo actuado por el pueblo allí.

Después de diversos choques entre septiembre y octubre, el 25 de este último mes, Goyeneche con 5000 soldados ataca a las huestes de Pedro Murillo jefe máximo del movimiento que defienden La Paz, que apenas tenía unos 1000 hombres en armas, derrotándolo. Se dice que antes del ataque Goyeneche pide la rendición y que los defensores se defienden alegando que sabían del entendimiento entre las autoridades de Buenos Aires y Carlota, además de que en el Mato Grosso se estaban acumulando tropas para la invasión (Revolución de Chuquisaca, octubre 2019).

Aparte de los muertos en las refriegas, centenas son arrestados, al menos diez son ahorcados, otros decapitados, otros condenados a penas de cárcel en lugares lejanos como Las Malvinas, Filipinas o Cartagena y sus bienes confiscados. Incluso algunos oficiales y soldados fueron condenados a trabajar en las minas por Sanz. La ciudad de Chuquisaca prefirió entregarse sin pelear y reconoció la autoridad de Vicente Nieto, pero esto no le valió mayor clemencia para sus dirigentes.

El 29 de enero de 1810 es ejecutado Pedro Murillo junto a otros camaradas. Se dice que antes de morir gritó: «Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar, ¡viva la libertad!».

Bibliografía

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Thibaut, C. y. (1997). La Academia Carolina de Charcas: una «escuela de dirigentes» para la independencia. En R. y. Barragán, El siglo XIX: Bolivia y América Latina (págs. 39-60). Lima: Institut français d’études andines. Obtenido de https://books.openedition.org/ifea/7395?lang=es

Fuente: Portal Alba / www.portalalba.org

Doscientos años de Carabobo. Por Luis Britto Garcia

1- Tras sangrienta campaña de once años, Venezuela consagra su independencia el 24 de junio de 1821 en la batalla de Carabobo. Esta batalla no termina todavía; culmina una resistencia de tres siglos y abre otra que llega hasta nuestros días. La independencia ni se pierde ni se gana para siempre.

2.- Todavía después de Carabobo tuvo la joven República que luchar denodadamente tres años hasta expulsar a los realistas de su último enclave en Puerto Cabello, y comprometer a fondo sus desgastadas fuerzas para culminar la independencia de la América del Sur en 1824 en la batalla de Ayacucho. Arrancó desde entonces la más mortífera y prolongada campaña contra nuestra independencia, tanto más destructiva en la medida en que sus enemigos se fingían aliados, atacaban por la espalda, sus campos de batalla eran los conciliábulos conspirativos y sus armas la claudicación y la traición.

3.- Con pueblos vasallos no hay independencia: la primera campaña de la Antipatria se libró contra los avances sociales de la República. La liberación de los esclavos, iniciada por Bolívar en 1814, para quienes se unieran a las filas patriotas y numerosas veces ratificada en sus constituciones y decretos, fue postergada y por momentos revertida. Apenas en 1854 sanciona José Gregorio Monagas la Ley de Libertad para los esclavos, que obsequia pesada indemnización a los propietarios y no acuerda a los nuevos ciudadanos ningún apoyo para desenvolverse como hombres libres. Por lo cual la mayoría de ellos termina como peones de sus antiguos amos, esclavizados por las deudas de las “tiendas de raya” de los latifundios, pues no es más que esclavitud la condición de quien trabaja sólo por la subsistencia o por menos que ella. Desde entonces sostiene la Antipatria la inconmovible posición de que todo sacrificio debe recaer sobre los desposeídos.


4.- En la Ley de Repartición de Bienes Nacionales de 10 de octubre de 1817, Bolívar dispone la entrega a los soldados patriotas de los bienes y latifundios expropiados masivamente a los realistas. Esta medida revolucionaria fue burlada con la estafa histórica de la emisión de títulos transferibles que sólo eran cambiados por tierras después de que sus beneficiarios los vendían por miserias a la nueva oligarquía de la Antipatria. Así se consolidó una novedosa casta terrateniente, todavía más avariciosa y explotadora que la de los antiguos blancos peninsulares.

5.- En el Tratado de Paz y reconocimiento firmado en Madrid el 30 de marzo de 1845, veinticuatro años después de Carabobo, el artículo 5 dispone: “La República de Venezuela, animada de sentimientos de justicia y equidad, reconoce espontáneamente como deuda nacional consolidable la suma a que ascienda la deuda de Tesorería del Gobierno español que conste registrada en los libros de cuenta y razón de las Tesorerías de la antigua Capitanía General de Venezuela”. Vale decir, asume como propia la deuda del enemigo. El artículo 6 pauta que todos los bienes legítimamente confiscados por Venezuela “serán inmediatamente restituidos a sus antiguos dueños o a sus herederos o legítimos representantes”, como si España hubiera ganado la guerra. El artículo 3 consiente en la absoluta impunidad al disponer que “habrá total olvido de lo pasado y una amnistía general y completa para todos los ciudadanos de la República de Venezuela, y los españoles, sin excepción alguna”, disposición que solo beneficia a estos últimos, pues ningún patriota habitaba para entonces en España. Cuando el pueblo batalla celebro, pues su valor lo hace invencible; cuando sus representantes negocian con el adversario, tiemblo, pues su adulancia garantiza la derrota.

6- Durante la colonia, capitanes generales y virreyes enviaban las sentencias de nuestros tribunales a la metrópoli para que ésta las confirmara o corrigiera. Denodadamente defendió Bolívar, en el campo de batalla y en el de la diplomacia, la inmunidad de jurisdicción, el irrenunciable atributo de la soberanía de decidir con leyes y tribunales propios las cuestiones de interés público interno. Por ello sostuvo irreductible contra el agente estadounidense Irvine el decomiso de las goletas Tiger y Liberty, que contrabandeaban armas para los realistas. Mientras Bolívar y su ejército arriesgaban la vida en la campaña del Sur, no tardaron los paniaguados de la Antipatria en devolver a los estadounidenses sus instrumentos del crimen. Desde entonces, todo enemigo de la soberanía y por tanto de Venezuela intenta encarnizadamente someter los fallos de nuestros tribunales a los de cortes u órganos jurisdiccionales extranjeros. Por esa vía perdimos la Guayana Esequiba.

7- Los triunfos de Carabobo y Ayacucho costaron no sólo sangre, también ruinosas deudas para comprar armas. El manejo de los empréstitos suscitó graves desacuerdos entre Bolívar, el ministro Zea y el vicepresidente Francisco de Paula Santander, así como la conspiración que culminaría en el fallido intento de magnicidio del 25 de septiembre de 1828. Los políticos se apoderaron de los montos prestados mediante descuentos exorbitantes, pagos de acreencias ficticias, importaciones de equipos inútiles o gastos innecesarios, al extremo de que al separarse de la Gran Colombia, la recién nacida Venezuela acumulaba una impagable deuda externa de 1.888.295,15 libras esterlinas. La prolongada falta de cancelaciones de interés y capital llevó a que en 1840 se reconociera un débito por el doble de dicha suma. Avariciosa con los nacionales, la Antipatria ignora límites al entregarse a los extranjeros.

8- El aprovechado naviero estadounidense John B Elbers obtiene del complaciente Consejo de Ministros de Bogotá el monopolio por 21 años de la navegación del Magda­lena, la principal arteria fluvial del transporte y el comercio de Colombia. Bolívar, que se encontraba en Guayaquil fundando la primera Escuela Náutica de la Gran Colombia, al enterarse revocó en forma terminante la concesión. Feroz contra los compatriotas, la Antipatria sistemáticamente otorga al extranjero los privilegios que niega a los nacionales.

9– Carabobo vive, la lucha sigue.

Italo Calvino en el siglo XXI: multiplicidad, parodia y fantasía. Por Gabriel Jiménez Emán

Tenía yo exactamente la mitad de mi edad actual cuando tomé la iniciativa de escribir una reflexión sobre el escritor italiano Ítalo Calvino, movido por mi admiración a su obra, que recién estaba comenzando a leer. Me hallaba fascinado sobre todo debido a su concepción de lo fantástico, una veta que había elegido Calvino luego de haber transitado los caminos realistas tan bien expresados en sus primeros libros La especulación inmobiliaria, La jornada de un escrutador La nube de smog. Calvino había comenzado como periodista y venía de ser participante directo de los partisanos en la Segunda Guerra Mundial; ya poseía una soltura de estilo que le llevó a concebir sus textos dentro de una meridiana claridad expositiva.

Justamente a partir del año 1950 (otro azar que coincide con mi natalicio) Calvino daría inicio a un nuevo giro en su manera de expresar los mundos que le fascinaban, a través de los cuales se convertirá en uno de los escritores prominentes de Europa, desarrollando una obra en el terreno de la imaginación que le coloca a la vanguardia literaria de Italia y. a mi entender –junto al novelista portugués José Saramago– le convierten en uno de los dos más grandes autores de Europa cerrando el siglo XX.

De lo real a lo cósmico

Para el año 1960 ya Calvino ha concluido la trilogía de relatos que lo ubican en la zona de lo maravilloso: Nuestros antepasados, constituida por tres relatos o novelas breves El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. Antes de adelantarme a decir algo sobre ellos, dejo al autor que lo haga con sus propias palabras:

Así, hastiado de mí mismo y de todo, me puse a escribir, como pasatiempo privado El vizconde demediado en 1951. No tenía el menor propósito de defender una poética en lugar de otra, ni la menor intención de alegoría moralista, ni mucho menos política en sentido estricto. Reflejaba sí, aunque sin darme mucha cuenta, la atmósfera de aquellos años. Estábamos en el corazón de la Guerra Fría, en el aire había tensión, un desgarramiento sordo, que no se manifestaban en imágenes visibles, pero dominaban nuestros ánimos. Y he aquí que al escribir una historia completamente fantástica me encontraba expresando sin advertirlo no sólo el sufrimiento de ese momento en particular, sino el impulso a salir de él, esto es, no aceptaba pasivamente la realidad negativa, sino que conseguía sumergirme de nuevo en el movimiento, la fanfarronería, la crudeza, la economía de estilo y el despiadado optimismo que habían sido los de la literatura de la Resistencia. (…) Desde hacía algún tiempo pensaba en un hombre cortado en dos a lo largo, y que cada una de sus partes andaba por su cuenta. ¿La historia de un soldado en una guerra moderna? (…) Demediado, mutilado, incompleto, enemigo de sí mismo, es el hombre contemporáneo; Marx lo llamó “alienado”; Freud, “reprimido”, se ha perdido un estado de antigua armonía, se aspira a una nueva plenitud.

Por supuesto, la auto-interpretación de Calvino no agota otras lecturas que podamos hacer de esta obra compleja, desde donde podamos abordar a estos personajes y sus símbolos, más allá del discurso llamado “moderno” de la novela en el siglo XX, y toca a otros personajes, como:

La presencia de un “yo” narrador comentarista hizo que parte de mi atención se desplazara de la peripecia al propio acto de escribir, a la relación entre la complejidad de la vida y la hoja en que esta complejidad se dispone en forma de signos alfabéticos. En cierto momento lo único que me interesaba era esta relación, mi historia sólo se convertía en la historia de la pluma de oca de la monja que corría por la mitad del papel en blanco.

Calvino es autor de un número considerable de cuentos cortos, reunidos muchos de ellos en el volumen Antes de que respondas (1943-1984), publicado en español con el título sugerido por su esposa Esther Calvino y la traductora Aura Bernárdez (quien fuera esposa de Cortázar) de La gran bonanza de las Antillas, sobre el cual habría mucho que decir en cuanto a sus temáticas, desenvolvimiento literario, técnicas o estilo, y prepararía el terreno para la producción literaria donde Calvino alcanza su madurez, como ocurre en las obras CosmicómicasLas ciudades invisibles y Palomar, las cuales han sido aclamadas por la crítica como piezas centrales de la literatura del siglo XX. Refiero una de los juicios que esta obra ha merecido, correspondiente al crítico estadounidense Harold Bloom:

Calvino, un fabulista extremadamente cómico, nos instruye con frecuencia a través de la risa, como El caballero inexistente. Es una risa libre de burla, una risa que sana. Sus ciudades invisibles son mujeres potenciales, improbables, pero, las más de las veces, locamente atractivas. La más perturbadora, para mi gusto, es Valdrada:

Los habitantes de Valdrada saben que todos sus actos son a la vez ese acto y su imagen especular que posee la especial dignidad de las imágenes, y esta conciencia les prohíbe abandonarse ni un solo instante al azar y al olvido. Cuando los amantes mudan de posición, los cuerpos desnudos piel contra piel buscando cómo ponerse para sacar más placer el uno del otro, cuando los asesinos empujan el gatillo contra las venas negras del cuello y cuánta más sangre grumosa sale a borbotones, mas hunden el filo que resbala entre los tendones, incluso entonces no es tanto el acoplarse o matarse lo que importa como el acoplarse o matarse de las imágenes límpidas y frías en el espejo.

En cuanto a El caballero inexistente, Harold Bloom escribe que

Calvino aseguró una vez que los temas de esta novela breve eran las formas vacías y la naturaleza concreta de la existencia, la conciencia de ser en el mundo y la construcción de nuestro propio destino: me parece una visión demasiado amplia para la historia de Agilulfo. Gracias a un milagro del genio cómico de Calvino, Agilulfo se transforma de un ordenancista en un romántico buscador de desgracias que muere (si es que podemos usar esa palabra) a causa de la desesperación erótica. No se me había ocurrido nunca que este cuento tan absurdo pudiera terminar con esta nota de tristeza y deber cumplido. Las ciudades invisibles es la obra maestra de Calvino, pero El caballero inexistente es su obra más divertida y adorable. [1]

Referimos aquí –y no de manera casual— la extraordinaria lucidez que posee Calvino para el ensayo, muestra de lo cual se halla en el volumen editado en castellano con el título de Porqué leer los clásicos en traducción de Aurora Bernárdez (1992) [2] donde encontramos un nutrido conjunto de piezas críticas donde se incluyen autores clásicos como Homero, Jenofonte y Ovidio; pasando luego por Gerolano Cardeno y Cyrano de Bergerac; sigue con Daniel Defoe, Voltaire, Diderot, y Stendhal hasta arribar a Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstoi, Mark Twain, Henry James, Robert Luis Stevenson. Joseph Conrad o Boris Pasternak; para rematar con Eugenio Montale, Ernest Hemingway, Francis Ponge, Jorge Luis Borges, Raymond Queneau y Cesare Pavese. Con semejante menú no podemos quedar defraudados.

Memos para el nuevo milenio

En el año de 1970 apareció la novela de Ítalo Calvino Si una noche de invierno un viajero, que me impresionó sobre todo por su técnica narrativa –y que comentaré más adelante. A mediados de la siguiente década, Calvino fue invitado a la Universidad de Harvard en Massachusetts, a dictar una serie de conferencias. Se preparó a escribirlas dándole el título en inglés de Six memos for the next millenium pero fueron escritas en italiano y luego habrían de ser leídas en inglés por el escritor, quien falleció antes de haber podido viajar a impartirlas. Sólo concluyó cinco de ellas bajo los títulos de 1. Levedad 2. Rapidez. 3. Exactitud. 4. Visibilidad. 5. Multiplicidad. La sexta, titulada Consistencia, no pudo ser escrita.

Este libro Seis propuestas para el próximo milenio [3] me abrió horizontes de interpretación gracias a su poder visionario, a la potencia de sus imágenes e intuiciones. Aun faltando quince años para que el siglo XX concluyera, Calvino se adelantó a llevar a cabo estas propuestas en las que parecía entrever mucho de cuanto acaecería en los ámbitos de la literatura, el arte, la tecnología y las ciencias. Por ejemplo, las imágenes leves no deben dejarse disolver como sueños por la realidad del presente y del futuro. Las ramas de la ciencia quieren demostrarnos que el mundo se apoya en entidades sutiles donde el software predomina sobre el hardware a través de bits de flujo de información, corriendo como circuitos de impulso electrónico. La levedad se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad o el abandonarse al azar; se trata de un aligeramiento del lenguaje, el cual establece una conexión especial entre la melancolía y el humorismo. Pone ejemplos pertinentes como la levedad de la luna (“el calmo encanto de la luna”) y entre los autores no son pocos los casos: Lucrecio, Ovidio y Guido Cavalcanti serían los primeros “leves”; luego Leopardi, Cyrano de Bergerac y Henry James. Descubrimos que De rerum natura de Lucrecio es la primera gran obra de la poesía en la que el conocimiento del mundo se convierte en disolución de su compacidad, en percepción de lo infinitamente minúsculo, móvil, leve.

A medida que releo y avanzo en el libro –35 años después—me cercioro de por qué Ítalo Calvino dispone de más y más densidad conceptual para conducirnos a quienes cultivamos las formas breves y dentro de lo que hemos llamado el microrrelato o minicuento, la ficción mínima o demás nomenclaturas (la última de éstas acuñada por vez primera por quien esto escribe) fue una de nuestras principales brújulas. Los microcuentistas tuvimos que esperar por lo menos dos décadas para que nuestro trabajo fuese tenido en cuenta como labor seria, pues fue considerado durante mucho tiempo un trabajo menor. Incluso maestros del género como Borges, Bioy Casares, Cortázar, Arreola, Piñera o Torri fueron tomados en cuenta porque contaban con obras hechas en otros géneros tenidos por serios, como la novela, el ensayo o la poesía. Afortunadamente, a partir de los años 90 del siglo XX se abrieron nuevos compases para explorar las posibilidades del microcuento.

La segunda de las propuestas calvinianas es la Rapidez. El movimiento es una energía interior del cuento popular; brota de la imagen, convertido luego en palabra. Debemos librar una batalla contra el tiempo; existe una relación entre la velocidad, el discurrir y el correr, y la divagación o digresión sería una estrategia para ir aplazando la conclusión. La relatividad del tiempo es el tema del cuento popular, y la economía expresiva su principal característica, es decir la dilatación del tiempo por proliferación interna de una historia en otra; tal el caso del secreto del ritmo en Scherezada (Las mil y una noches); el caballo como emblema de la velocidad, incluso mental, marca toda la historia de la literatura, aunque lo importante aquí no es la velocidad física sino la relación entre ésta y la velocidad mental, donde Galileo Galilei es fundador. Ejemplifica Calvino con las digresiones de Laurence Sterne en su Tristam Shandy y nos habla de la literatura norteamericana; luego se acerca a Jorge Luis Borges y de cómo éste inventó un narrador que le permite pasar del ensayo al cuento, y de cómo el escritor argentino realiza aperturas hacia el infinito sin la menor congestión. Luego nos habla del Dios griego Mercurio y de cómo éste nos sirve de enlace universal para la idea de un movimiento integrador.

Por otra parte, está el aspecto de la Exactitud, la segunda propuesta, la más difícil de exponer, a mi modo de ver. Comienza Calvino diciendo que para los antiguos egipcios el símbolo de la precisión era una pluma que servía de peso en el platillo de la balanza donde se pesaban las almas. Aquella pluma ligera se llamaba Maat, diosa de la balanza (tal cita la usé como epígrafe en mi libro de cuentos brevesLa gran jaqueca y otros textos crueles, 2002); [4] se atreve Calvino a puntualizar sobre la precisión: 1. Diseño de la obra bien definido y calculado. 2. Evocación de imágenes nítidas, incisivas y memorables (“icástico”, en italiano) 3. Lenguaje preciso como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y la imaginación. Pero esto no logra del todo expresar bien su idea. De inmediato Calvino dispone de su instrumental acudiendo a las comparaciones, y ello le da resultado. Por ejemplo:

A veces tengo la sensación de que una epidemia pestilencial azota a la humanidad en la facultad que más la caracteriza, es decir, en el uso de la palabra; una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que corte el encuentro de las palabras con nuevas circunstancias. (…) Pero quizá la inconsistencia no está solamente en las imágenes o el lenguaje: está en el mundo. La peste ataca también la vida de las personas y la historia de las naciones vuelve informes, casuales, confusas, sin principio ni fin, todas las historias. Mi malestar se debe a la pérdida de forma que compruebo en la vida, a la cual trato de oponer la única defensa que consigo concebir: la idea de la literatura.

Esta que acaban de leer no es sólo una digresión literaria brillante, sino una gran verdad, con lo que tenemos a un Calvino como filósofo, acaso el último de ellos en la literatura en el siglo XX. La pandemia del virus Covid que padecimos en el año 2020 y sigue hoy. está ciertamente anticipada en este texto.

Se explaya luego el escritor italiano en variados ejemplos: Leopardi, Poe, Valery. De éste último dice que “es la personalidad de nuestro siglo que mejor ha definido a la poesía como una tensión hacia la exactitud”. Calvino “se deja llevar” por otros ejemplos y termina hablando del infinito y el cosmos, conduciéndonos hasta el mismísimo Leonardo Da Vinci, “un hombre sin letras” (“sanza lettere”) como se definía a sí mismo.

En cuanto a la siguiente propuesta, Visibilidad, comienza acudiendo a una imagen del Dante en El Purgatorio, donde el poeta florentino escribe: “Llovió después en la alta fantasía”. “Mi conferencia de esta tarde partirá de esta constatación: la fantasía es un lugar en el que llueve.” Con semejante axioma por delante, Calvino comienza a tejer su conferencia valiéndose de los debidos ejemplos y luego contemporizarlos con ejemplos actuales: el cine; en este caso el cine mental de la imaginación, previo a la invención del cinematógrafo y efectuando luego los debidos correlatos a la modernidad. Impresiona ver cómo nuestro escritor posee el don para establecer comparaciones, para relacionar fenómenos de la cultura clásica o renacentista con los de la cultura de hoy dominada por lo visual, usando los ejemplos de la “lluvia de imágenes”. Lo extraordinario de esta propuesta es justamente la de concertar la naturaleza de las imágenes. Una clase magistral, diría yo, sin desperdicio.

Finalmente, tenemos la Multiplicidad. La extensa cita que precede el capítulo como punto de referencia a la argumentación está extraída de una obra de Carlos Emilio Gadda El zafarrancho aquel de Via Merulana. Se trata de un autor y de una obra poco conocidos fuera de Italia, pero ilustran muy bien acerca del mundo como enredo o como maraña, y así, tal cual, hay que representarlo mediante el lenguaje: en su compleja heterogeneidad. Calvino pone el caso de Gadda pero bien pudo haber puesto el caso de Joyce, Musil o unos cuantos más que responden a esta voluntad, a cuya lista yo añadiría a Julio Cortázar, Fernando del Paso, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Julián Ríos, Georges Perec, Roberto Bolaño. Tales obras comprenderían una “comunidad grotesca con juntas de desesperación maniática, una subjetividad exasperada, una tortura espantosa”; en fin, un libro donde se puede meter de todo sin temor a ser incomprendido.

Entre estos escritores “enciclopédicos” Calvino alude a Robert Musil (El hombre sin atributos) y Marcel Proust (En busca del tiempo perdido) quienes tienden a incluir todo lo que ocurre simultáneamente en el libro que escriben, obras que estarán siempre inconclusas por esta misma razón. Lo que más sorprende de Calvino es la meridiana claridad cuando apunta sus ideas al respecto.

Luego de hacer un vuelo rasante por Proust, Goethe y Lichtenberg, Calvino aterriza en Gustave Flaubert y en la que es, a su juicio, la novela más enciclopédica que se haya escrito: Bouvard y Pecuchet, personajes que se resignan a su destino de copiar los libros de la biblioteca universal compitiendo entre ellos por determinadas ramas del saber, para edificar una ciencia que los dos héroes puedan destruir. Los enciclopedistas autodidactas que son Bouvard y Pecuchet terminan por crear a Flaubert: idea ciertamente genial.

Luego de Flaubert vendría La montaña mágica de Thomas Mann como una completa introducción a la cultura en el siglo XX: el mundo cerrado de un sanatorio en los Alpes es un centro de discusiones acerca de todos los temas que puedan discutirse. De modo que la obra múltiple, la obra abierta, niega la estructura cerrada de la novela y de la enciclopedia tradicional.

Calvino va ultimando su repaso por la multiplicidad con Alfred Jarry y su novela El amor absoluto, de apenas cincuenta páginas, que se puede leer de varias formas: 1. La espera de un condenado a muerte en su celda la noche anterior a su ejecución; 2. El monólogo de un hombre que sufre de insomnio y que en el duermevela sueña que está condenado a muerte; 3. La historia de Cristo. Continúa con Paul Valéry y su “filosofía portátil” que busca el fenómeno total, el Todo de la Conciencia, las posibilidades y las imposibilidades. Se trata del prosista Valery, y no del poeta. El autor que a su modo de ver ha realizado el ideal estético de Valéry es Jorge Luis Borges, debido a la exactitud de su imaginación y su lenguaje, su rigurosa geometría, a la abstracción de sus razonamientos deductivos y por supuesto a su multiplicidad significante, poniendo el ejemplo de El jardín de los senderos que se bifurcan, texto que es a la vez de espionaje, lógico metafísico y descriptivo de novela china, en apenas doce páginas.

Después de observar al escritor argentino, Calvino vuelve la mirada sobre sí mismo a partir de las respuestas borgianas (o borgesianas) en las obras Si una noche e invierno un viajero y El castillo de los destinos cruzados como potenciadoras de muchos posibles significados, hasta arribar al escritor francés Georges Perec, quien en su novela La vida, instrucciones de uso, según Calvino constituye “el único verdadero acontecimiento en la historia de la novela. Y por muchas razones: el plan inmenso, y al mismo tiempo terminado, la novedad en la manera de abordar la obra literaria, el compendio de una tradición narrativa y la suma enciclopédica de saberes que dan forma a una imagen del mundo, el sentido del hoy que está también hecho de acumulación del pasado y de vértigo del vacío, la presencia simultánea y continua de ironía y angustia, en una palabra, la forma en que la prosecución de un proyecto estructural y lo imponderable de la poesía, se convierten en una sola cosa.”

La novela como red, la vida como muestrario o biblioteca; ojalá fuese posible, dice Calvino, “una obra concebida fuera del yo, del self, “hacer hablar a aquello que no tiene palabra”, recalca sobre esta notable obra de Perec, no lo suficiente conocida por nuestros lectores. Tengo ahora al alcance de la mano esta obra de Perec en una cuidada edición, la he estado releyendo y me tiene literalmente hechizado. En el prólogo a la misma, el escritor Rafael Conte anota: “…el arte de Georges Perec lo recató al final a este escritor, el más original de este fin de siglo, que perpetuará su nombre sin cesar por encima de la enfermedad que se lo llevó a los 46 años de edad. La literatura, esto es, la palabra revivida, vuelta a limpiar una y otra vez en estos juegos de los espejos y la multiplicación, salva a la vida e la muerte.” [5]

Entre otras cosas, en esta gran novela abierta de Perec observamos a la literatura como juego y como placer de narrar historias sin parar, la literatura como fiesta y como diversión fundamental, y por debajo como una profunda operación de conocimiento y de cómo recuperar el poder curativo de la palabra.

En relación a lo que Calvino llama hipernovela, el escritor realiza una auto-referencia a su obra Si una noche de invierno un viajero, adelantando que su propósito es presentar la esencia de lo novelesco concentrándolo en diez comienzos de novelas que desarrollen de las maneras más distintas un núcleo común, y actúa en un marco que las determina, y está determinado, a su vez por ellas. Escribí un artículo sobre este libro –como ya lo he referido– hace exactamente 35 años, parte del cual fue publicado en el Papel Literario del diario El Nacional en 1985 (incluido luego en mi libro Provincias de la palabra) [6] justo el año en que Calvino fallece. Lo dejo a la consideración de los lectores como un tributo a este gran escritor italiano tan cercano a la sensibilidad de un siglo XXI donde pueden ser aprovechadas sus ideas, para forjar una literatura a su vez capaz de ser partícipe del nuevo humanismo que tanto necesitamos.

Una novela cíclica

Creo que fue desde Ulysses que la noción de novela abierta comenzó a campear libremente en la tradición crítica de Occidente. Aunque antes de esta novela se produjeron otras obras notables que intentaron narrar de un modo interrupto y de quebrar con la linealidad narrativa, fue realmente con Joyce con quien sedimentó una cosmovisión fragmentaria del tiempo y una posibilidad distinta de transformar la mirada interior de los personajes, aunque no se puede ignorar un hito posterior marcado por Virginia Woolf con Las olas, pieza seminal de lo que se ha denominado novela lírica, que crea monólogos paralelos y construye versiones anímicas apareadas al tempo musical, indicador de un espacio poético, es decir, de una elaboración lingüística previa al acto del habla. Hoy en día contamos ya con una buena producción en este campo, tanto en la modernidad literaria europea como en la hispanoamericana. Pese a este resurgimiento de la novela de ficción, Europa parecía no ofrecer nuevos títulos que pudieran equipararse a los americanos. Los norteamericanos propendieron a la novela-reportaje (Mailer, Capote); España y Alemania, mayormente detenidas en el análisis de la guerra (Robert Musil o Gunther Grass) o en la elaboración de un verismo en Italia (Moravia), las nuevas novelas europeas de este período carecían de ese vuelo de imaginación que pudiera hallarse en las hispanoamericanas (Bioy Casares, Cortázar, Rulfo). Esto no significa que no existiesen libros o relatos imposibilitados de procrear este vuelo o de dibujar obras de fantasía pura. Incluso en la tradición hispanoamericana ya existían estos escritores “islas” como Macedonio Fernández, Juan Carlos Onetti o Julio Garmendia, ya suficientemente formados, y cuya valoración no se hizo sino mucho más tarde. Francia o Inglaterra, por ejemplo, no ofrecían narradores de este tipo y hoy sigue en discusión si verdaderamente los hay; sea lo que fuere, lo cierto es que la novela histórica ha estado demasiado cerca de la historia escrita y demasiado lejos de la “realidad” como para poder ofrecernos un fresco eficaz de un tiempo determinado. Y esto atañe a ambas tradiciones, máxime si se tiene en cuenta la proliferación de novelas de corte “mágico-realista” que ha imperado en Latinoamérica a partir de García Márquez. A veces basta mezclar la imagen de cualquier dictador o general con cierto elemento de febrilidad heroica para explayarse en especulaciones seudo-omniscientes o de índole proto-sexual. Y los resultados concretos en premios, lanzamientos editoriales y nuevos booms son de un éxito tan clamoroso como dudoso.

Sin embargo, la historia no está exenta de reescrituras (es decir, de expurgaciones) ni la literatura de ludismos con la historia. Es sencillamente un problema de proporciones. Precisamente, un autor como Ítalo Calvino se ha venido apropiando desde sus primeras obras de un singular sentido de las proporciones. Con la publicación de su trilogía Nuestros antepasados Calvino alcanza su madurez, arriba a una concepción coherente de la recreación de la historia. merced a un brillante sentido del humor que linda con lo fantástico. El vizconde, por ejemplo, sobrelleva sus dos mitades con angustia entre el bien y el mal, su naturaleza ambigua nos va pareciendo normal hasta que nos identificamos con sus debilidades. Con esta novela y El caballero inexistente Calvino desconcertó a la crítica, que lo había estimado como a un escritor realista basándose en libros como La nube de smog y La especulación inmobiliaria. De nuevo, atendiendo a los llamados de su especial potenciación y no a los del historiar literario, Calvino ingresa a la concepción de obra abierta que anunciábamos al principio, al publicar Si una noche de invierno un viajero. [7] En efecto, este libro es en cierto modo una crítica de la novela, o en todo caso, una crítica al acto de escribir una novela. Pero lo hace novelando, esto es, incluyendo dentro de la novela las propias imposibilidades de concluirla. Para ello se vale de un recurso cíclico, algunas de cuyas características observaremos aquí.

En primer término, debe notarse que se trata de diez novelas de títulos extensos donde la confusión entre lo apócrifo y lo original llega a límites que rozan, casi todas, las variantes del plagio. Estas diez novelas constituyen en su mayoría capítulos de un libro cuya estructura es la crítica misma de la novela, o su contrario: una novela que al mismo tiempo es la crítica del libro como vía para narrar una historia, pues a pesar de que cada capítulo –cada novela– narra una historia distinta, –contada cada una en diferente “estilo”– siempre aparece en ellas un elemento que conduce a la otra, y se localiza casi de manera fortuita. Por ejemplo, el capítulo primero es lo que llamaríamos la novela “moderna” en cuanto involucra al propio Ítalo Calvino cono nombre y apellido como personaje y autor, y a la novela con su nombre dentro de la casualidad de encontrar en una librería éste título, bajo un capítulo que encierra él mismo una estética; el modo aleatorio en que la novela se teje, vale decir, tal y como se mueve el viajero: “…todos los lugares comunican con todos los lugares instantáneamente, la sensación de aislamiento se experimenta sólo durante el trayecto de un lugar a otro, o sea, cuando no se está en ningún lugar. Así como el lugar, también el tiempo se congela, ya que éste ha dado un giro completo: aquí estoy en la habitación de la que me marché por primera vez”; con éste. El texto mismo de la segunda parte arrojado como el libro, cuyos morfemas y fonemas caen y chorean hasta perderse “más allá donde las galaxias han llegado a su expansión.”

De este modo, la segunda novela, Fuera del poblado de Malbork, es como la antítesis de la primera, pues sus problemas son eminentemente literarios y hacen hincapié en los debates polaco-cimerios. En ellos intervienen dos personajes femeninos: las hermanas Lotaria y Ludmilla; hiper-intelectual la primera, lectora casi silvestre la segunda, que en sus visitas al erudito profesor Uzzi-Tuzii van discutiendo el asunto de la autenticidad de Fuera del poblado de Malbork, lo cual resulta algo cada vez más enrevesado. En efecto un autor cimerio, un tal Ukko Ahti, es quien, en su única novela, Asomándose desde la abrupta costa, parece entregarnos una narración más fluida –en forma de diario– de los encuentros de uno de los personajes con Zwida, una muchacha dibujante tan misteriosa y contemplativa como el propio narrador, que se halla convaleciente en una pensión de la costa cimeria, condenado a no salir de noche, y a un cierto estado depresivo.

La siguiente novela, Sin temer el viento y el vértigo, se sumerge en los bemoles de la cultura cimerio-cimbra, pues según parece es la continuación de la anterior –que el mismo autor formó con el seudónimo de Vorts Viljandi– ante lo cual el profesor Uzzi-Tuzii exclama que es “un conocido caso de imitación”. Se trata de materiales apócrifos difundidos por los nacionalistas cimbros durante la campaña de propaganda anti-cimeria a finales de la Primera Guerra Mundial.

Todos estos juegan conllevan, por supuesto, una severa crítica al análisis y a la conceptuación, a la economía, al psicoanálisis, al estructuralismo y a los propios eruditos como encarnaciones de estas teorías; es también una velada defensa a la lectura casi primitiva de Ludmilla, la de “acumular historias sobre historias, sin pretender imponerte una visión del mundo, sino sólo hacerte asistir a su propio crecimiento, como una planta…”

Aquí continúa un ingenioso juego de apocrifias encabezados por un tal Cavedagna –verdadero retrato de un burócrata de la cultura— que sin embargo llevan el móvil central del cortejo amoroso a Ludmilla, Zwida o Ivina. Pero la parte más vigente en cuanto a esta inteligente confusión de plagios o dudosas tutelas quizá sea la correspondiente a Hermes Marana, “fundador del poder apócrifo”, quien le escribe a Cavedagna cartas desde los cinco continentes, entre ellas le ofrece una de quien es el único escritor “famoso” de todos éstos: Silas Flannery, estructurador de exitosos y superficiales bestsellers o thrillers. Según parece, las circunstancias en que son hallados estos libracos, y sus propios temas, son más interesantes aún que su propia escritura: lo que cuenta es que se cumpla la fórmula bestseller, gracias a un conjunto de ingredientes que pueden armar los “escritores sombra”, expertos en imitar el estilo del maestro.

En inusuales condiciones de espionaje, Calvino, ya desaparecido como autor, hace aparecer una misión en el Sultanato del Golfo Pérsico, en donde una Sultana ávida de lecturas y asiduos de Flannery, sirve a Calvino para que Marana siga traduciendo a la Sultana los sucesivos capítulos: por ejemplo, “un personaje de la primera novela abre un libro y se pone a leer.” Y así al fin pasamos no ya al mundo novelístico sino al mundo íntimo de Silas Flannery, quien resulta ser, pese a todo, el personaje más interesante de toda la novela. Precisamente aquí, en este valor de superficie, se esconde lo capital en la novela de Calvino: la mezcla de personas y hasta la pérdida de ellas traduce el sinsentido de esta aventura: la pérdida del libro como objeto de lectura:

– Buscaba un libro –dice Irnerio.

– Creía que no leías nunca –objetas.

– No es para leer. Es para hacer. Hago cosas con los libros. Objetos. Sí, obras, estatuas, cuadros, como quieras llamarlos.

La que aprueba o desaprueba es, en fin de cuentas, una lectora: Ludmilla. Y el Diario de Silas Flannery está basado casi exclusivamente en la observación de lectoras, más que de lecturas. El placer de la lectura, ya casi extinguido para Flannery, está sustituido por el de la observación de las mujeres en el momento de leer sus libros. La duplicidad de este personaje, al mismo tiempo amante-odiante de la literatura, multiplica las posibilidades de la novela, hasta el punto de hacer intensamente lírico un suceso prosaico. Veamos. 

¡Qué bien escribiría si no existiera! Si entre la hoja en blanco y la ebullición de palabras de historias que toman forma y se desvanecen sin que nadie las escriba no se metiera en medio de ese incómodo diafragma que es mi persona.

A decir verdad, todo el diario de Flannery es de una simplicidad tan asombrosa que su sola lectura produce un horror de vacío, y su profesionalidad una mascarada interior cuyo drama pocos escritores “profundos” sobrepasan. La ironía de Calvino es al revés, con la técnica del ejercitador cuya sola teoría funciona a base de copiar párrafos de Dostoievsky, por ejemplo. O en otro sentido, transmitiendo las menudencias de un escritor mediocre, pero con vocación, cuyo drama íntimo desmitifica cualquier contacto con la escritura e intensifica la posición del íncipit, un libro que mantuviese en toda su duración la potencialidad del inicio, la espera aún sin objeto.”

 A mi entender, la desmitificación novelesca llega aquí a su cúspide: lo erudito se vuelve simple y lo mecánico significativo. El valor del escritor está en ascuas; la crisis previa al acto de escribir se cuenta; no hay sobre ella filosofía ni estética adecuada. Pero hay también oculta aquí una mordaz crítica a las editoriales, a los agentes literarios y traductores. En último término, según Marana, la literatura es válida por su poder de mistificación: de esta a la falsificación habrá un paso no muy grande, pues entraremos incluso a un país –Ataguitania—donde “los libros sólo pueden circular con falsas portadas”. Y no sólo éstos: también son falsos los taxis donde viajan sus habitantes. Por supuesto, todo lleva implícito una burla al lector, un juego donde se es cómplice de la falsificación general. “¿Hasta cuándo seguirás dejándote arrastrar pasivamente por la peripecia?”, se le pregunta al lector en una ocasión. Y esto, adivino, sería lo último permitido por él.

El lector ya se habrá fatigado un tanto con este epítome de versiones y personajes, los cuales se habrán ido ya desvaneciendo en su memoria y obligarán a esa relectura tan cara a Calvino, que no tiene fin nunca: “leo y releo cada vez buscando la comprobación de un nuevo descubrimiento entre los pliegues de las frases.” Me hubiese gustado un comentario menos descriptivo; ojalá mi discernimiento me hubiese permitido disponer de razonamientos más ponderados acerca de esta obra, de verdadera excepción en el panorama de la novela contemporánea. O al menos, pergeñar especulaciones más acordes con la tónica humorística del libro, de esta novela única de la que Calvino es personaje. Aunque también este escritor ha teorizado ya sobre el arte del relato cuando ha dicho: “la literatura es un juego combinatorio que obedece a las posibilidades intrínsecas de su propio material, independientemente de la personalidad del autor (…) la literatura escrita nace ya con el peso de un deber de consagración, de confirmación del orden establecido; peso del que se libera lentamente a lo largo de los milenios hasta convertirse en un hecho privado que permite expresar a los poetas y a los escritores la opresión que ellos mismos sufren, de llevar a la luz de sus conciencias y transmitirla a la cultura y al pensamiento colectivo”. [8]

Yo agregaría que la literatura llega a esto cuando por fin puede permitirse una actitud lúdica, un juego combinatorio que se carga en determinado momento de contenidos preconscientes, y le permite al fin expresarse. En unas jornadas literarias realizadas en Barcelona, Calvino declaró: “toda la literatura se desarrolla de manera irregular y, respecto a la italiana, esa comunicación irregular es común en todo el mundo y con respecto a todas las literaturas.”

NOTAS

1. Harold Bloom, Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares, Grupo editorial Norma, 2005.

2. Ítalo Calvino, Por qué leer los clásicos, Tusquets Editores, Barcelona, España, 1999.

3. Ítalo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio, Ediciones Siruela, Madrid, España, 1989.

4. Gabriel Jiménez Emán, La gran jaqueca y otros textos crueles, Fábula Ediciones, San Felipe, Venezuela, 2002.

5. Georges Perec La vida instrucciones de uso, Traducción de Josep Escué. Prólogo de Rafael Conte, Círculo de lectores, Barcelona, 1988.

6. Gabriel Jiménez Emán, Provincias de la palabra, Planeta Ensayo, Caracas, 1995

7. Ítalo Calvino, Si una noche de inverno un viajero, Narradores de hoy, Bruguera, Barcelona, 1980. Traducción de Esther Benítez.

8. Ítalo Calvino “La combinatoria y el mito en el arte el relato” ECO, Revista de la Cultura de Occidente, No. 259, Bogotá, mayo de 1983.

Cuando el diablo mete la cola: Gramsci en América Latina

América Latina constituye el escenario de mayor difusión del pensamiento de Antonio Gramsci luego de su Italia natal. Sus categorías permean discursos tanto académicos como políticos que, aunque no necesariamente indicativos de un conocimiento acabado de las tesis del autor de Cuadernos de la cárcel, sí dan la pauta de una apropiación cultural profunda.

El recorrido (a menudo sinuoso y escarpado) del marxismo en América Latina resulta un tema bastante trabajado entre los cientistas sociales. El estudio de historia cultural que emprende José M. Aricó en La cola del diablo se inscribe en ese conjunto, aunque con una particularidad: el autor da cuenta del camino en primera persona, ya que fue protagonista de uno de los capítulos de la difusión del marxismo en nuestro continente a través de la experiencia de la revista Pasado y Presente

La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina (Siglo XXI, 2005) nace producto de la ampliación y profundización de una comunicación presentada al seminario internacional organizado por el Instituto Gramsci en Ferrara (Italia) en septiembre de 1985, cuyo tema era «Las transformaciones políticas de América Latina: presencia de Gramsci en la cultura latinoamericana». Y he aquí una segunda particularidad del estudio en cuestión: Antonio Gramsci quizás sea, de entre los grandes nombres de la producción teórica marxista en el Viejo Continente, el «menos europeo» de todos ellos.

Pese a esto –o tal vez, mejor, debido a esta circunstancia– el análisis que promueve el autor presenta una serie de dificultades que dan cuenta de la peculiar relación entre el pensador italiano y las culturas latinoamericanas, y que expone en forma de «consideraciones preliminares» en el apartado inicial de su libro. 

En primer lugar, Aricó destaca lo inédito de la difusión de sus escritos en estas geografías: tanto por su precocidad como por su alcance, Latinoamérica constituye sin lugar a dudas el escenario de mayor difusión del oriundo de Cerdeña, luego de su Italia natal. Las categorías gramscianas permean aquí discursos tanto académicos como políticos que, aunque no necesariamente indicativos de un conocimiento acabado de las tesis del autor de Cuadernos de la cárcel, sí dan la pauta de una apropiación cultural profunda.

Pero surge de la mano con la anterior una segunda dificultad, y es el origen político antes que académico de tal difusión. Si bien Gramsci, en palabras de Aricó, era el primer marxista que parecía hablar directamente a los intelectuales de izquierda, permitiéndoles pensarse como un elemento central del proceso revolucionario, la introducción del sardo en esta orilla del Atlántico tiene un responsable con nombre, apellido y filiación política: Héctor P. Agosti, militante del Partido Comunista Argentino, y a él dedica Aricó buena parte de las páginas iniciales del apartado «El Gramsci de los comunistas argentinos».

Con la introducción de este dato se reabre una antigua discusión, nodal tanto en el recorrido de la teoría gramsciana en nuestro continente como en la experiencia de vida del propio autor. Qué Gramsci leyeron los comunistas argentinos, se pregunta Aricó en el segundo capítulo, para aclarar luego que tal interrogante no aplica: la aceptación de las teorías del sardo por parte del PCA estuvo supeditada a su desconocimiento. 

La difusión inicial de sus tesis no fue responsabilidad del partido sino de un grupo muy reducido de intelectuales a su interior y, cuando la lectura se hizo más a conciencia, la ortodoxia estalinista de la dirección del PC de aquellos años provocó que la renovación del marxismo que venía a proponer Gramsci quedara fuera de consideración. Aquellos intelectuales que la sostuvieron –José M. Aricó incluido– fueron expulsados.

Con este rechazo inicia el que quizás sea el capítulo más fructífero de la difusión del pensamiento gramsciano en América Latina: el de la revista Pasado y Presente, a la que Aricó destina el tercer apartado de su trabajo. Y es aquí donde la disquisición del argentino adopta un tono más personal y menos académico, debido a su implicancia directa en tal trayecto. Sin embargo, pese a esta cercanía, logra poner de relieve los puntos nodales de la experiencia. 

Destaca, así, las particularidades del contexto de producción de la revista –la provincia de Córdoba de los años 60, una suerte de «Turín latinoamericana», en palabras de Aricó– para la que las reflexiones de Gramsci no podían ser más apropiadas. Y subraya, en segundo lugar, las diferencias entre las dos etapas de edición de la revista (la primera entre 1963 y 1965 y la segunda durante el año 1973), acentuando particularmente su cambio en relación a la valoración del movimiento peronista, ese fenómeno que por aquellos años no contaba aun con una interpretación convincente y que este grupo de jóvenes intelectuales apostaba a explicar mediante las herramientas que les proporcionaba un marxismo italiano renovado.

El capítulo cuarto se concentra, finalmente, en la difusión de Gramsci en América Latina propiamente dicha. En gran medida se proyecta aquí a nivel regional el análisis ya ensayado para el caso argentino, poniendo el acento sobre el dogmatismo de un comunismo latinoamericano que, encorsetado en las estructuras internacionales de una URSS ya en decadencia, se ve enceguecido a la hora de percibir las singularidades de su propio contexto de acción. 

Las desventuras de la izquierda latinoamericana, señala Aricó en un pasaje de particular brillantez, derivan del hecho de que sus estrechos paradigmas ideológicos le impidieron comprender la singularidad de un continente habitado por profundas y violentas luchas de clases, pero donde éstas no han sido los actores principales de su historia.

En lo que resta del apartado, el autor introduce dos elementos adicionales: las similitudes entre la Italia analizada por Gramsci y los países latinoamericanos, por un lado, y el rol desempeñado por las teorías althusserianas, por otro. Con respecto al primero, Aricó destaca la utilidad de las categorías gramscianas de Oriente, Occidente y Occidente periférico o tardío que, explica, vinieron a echar luz sobre una discusión de larga data sobre el carácter semiperiférico de las formaciones sociales latinoamericanas. 

En cuanto al segundo elemento, señalará el argentino que la difusión de Althusser en Latinoamérica adquiere rasgos contradictorios en tanto eleva al marxismo teórico –que venía en declive producto de la crisis del estalinismo– pero, en simultáneo, consolida los posicionamientos ideológicos de las nuevas vanguardias surgidas de la descomposición de los partidos comunistas. Althusser entonces, probablemente a su pesar, cumple en América Latina el rol de «poner de moda» a Gramsci.

A la hora de las conclusiones, el cordobés argumenta en favor de lo que podríamos denominar una «actualidad permanente» del pensamiento gramsciano para la reflexión sobre las sociedades latinoamericanas y la construcción de un pensamiento marxista de nuevo tipo, afincado tanto en las propias particularidades del continente como también alejado de antiguos encorsetamientos. 

La tarea, según Aricó, es poner «la cola del diablo» de nuestro lado. Con esa frase, gramsciana de punta a punta, refiere no solo a la necesidad de predecir, dominar y utilizar en provecho propio el margen de contingencia que cada momento histórico depara sino también –y sobre todo– a asumir la tarea política de construir una hegemonía sólida y perdurable de parte de las fuerzas populares.

Florencia Oroz / Jacobinlat.com

Carlos Aznárez cuenta la historia de ANCLA: “Teníamos que transformar un espacio de clandestinidad en una fuente contra-informativa”

En los años de plomo de la Argentina, en donde el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón se descomponía a pasos acelerados y era cercado por una Junta Militar devenida en un factor de poder clave en la coyuntura nacional, los medios jugaron un rol principal en el deterioro de esas precarias condiciones institucionales. El casi inevitable derrocamiento de María Estela Martínez de Perón a mano de las cúpulas militares apadrinadas en las sombras por la embajada estadounidense –en Chile ya había sucedido en 1973 y también en otros países de la región–, finalmente se concretó el 24 de marzo de 1976, inaugurando acaso la más sangrienta dictadura argentina.

Al igual que en Chile, los golpistas llevaron adelante dos premisas básicas planteadas por Washington, como una necesidad estratégica para América Latina: aniquilar cualquier foco de resistencia social y armada, y someter jurídicamente al Estado argentino y su aparato productivo, enajenando su economía bajo el nuevo dogma privatizador representado por la llamada Escuela de Chicago.

En aquellos años de represión brutal, de genocidio perpetrado con mecanismos metodológicos diseñados por el Pentágono, y desmantelamiento de la industria argentina en beneficio de grupos extranjeros, la (des)información fue un arma más de esa guerra sucia, que en el caso argentino costó 30 mil0 muertos. Los grandes medios hegemónicos (diarios Clarín, La Prensa y La Nación, junto a decenas otros medios provinciales, radios y TV), fueron cómplices activos en el proceso de ocultamiento y narcosis de una población sometida al terror estatal.

Sin embargo, surgieron iniciativas militantes, combativas y fuertemente estimuladas a generar trincheras informativas que rompieran el cerco mediático impuesto por la dictadura. Una de ellas fue la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), fundada por el escritor y militante montonero, Rodolfo Walsh, junto a colaboradores reclutados entre del peronismo combativo. Ente ellos Carlos Aznárez, periodista que fue pionero y artífice de la primera hora de ANCLA y que, junto a Walsh y otros periodistas, desafiaron la sentencia de muerte y tortura que la dictadura imponía a cualquier opositor o enemigo de aquel genocidio, ya en pleno desarrollo desde marzo de 1976.

Carlos Aznárez, que actualmente dirige la mítica revista de alcance internacional Resumen Latinoamericano, nació en Buenos Aires en 1947 y hoy es un reconocido histórico de la izquierda argentina, que acumula una larga trayectoria en el periodismo militante y revolucionario. Fue redactor en los diarios Noticias, La Razón, Página 12 y Sur y las revistas Crisis y Fin de siglo, entre otros.      

Antes y después de la última dictadura formó parte de diversas organizaciones revolucionarias y sindicalistas. Autor de varios libros de reflexión e investigación como Tupamaros (Buenos Aires, 1967); El padrino de la mafia sindical (Buenos Aires, 1988) y 500 años después: ¿descubrimiento o genocidio? (Madrid, 1992); Palestina, una nación, un pueblo y Los sueños de Bolívar en la Venezuela de hoy (Txalaparta, 2000); y junto con Javier Arjona escribió Rebeldes sin tierra (Txalaparta, 2002).  

Tras más de cuatro décadas trabajando en las trincheras de la información y siempre en los márgenes que impone la vertebración de un capitalismo totalizador, sobre todo en el ámbito comunicacional, conversamos con Aznárez sobre aquellos años de prensa clandestina y de la Agencia ANCLA, hoy convertida en parte ineludible de la taumaturgia revolucionaria  en toda la región.

En 1976 usted fue uno de los miembros fundadores de la ANCLA, junto a Rodolfo Walsh y otros… ¿Qué motivó la creación de la agencia en los inicios de una dictadura que ya había demostrado su ferocidad desde los primeros días de su arribo al poder?

Vivíamos en plena dictadura militar, soportando una cerrazón informativa como jamás había ocurrido en el país, y es en ese marco que el oficial montonero Rodolfo Walsh se fusionó mental y físicamente con el Walsh estratega comunicacional y con el Walsh que había demostrado ser un maestro del periodismo de investigación al escribir Operación Masacre, relatando lo ocurrido con los fusilamientos de patriotas peronistas en 1956. Parió entonces un instrumento que sirvió para romper el muro de silencio que nos quería imponer la dictadura, y además, supo vencer el discurso del terror, que actuaba como desmovilizador y paralizador de la sociedad. 

Con esas premisas y la recomendación tácita de que para quienes formáramos parte del equipo de ANCLA, esta iba a ser, desde ese mismo momento, nuestro ámbito prioritario, nace en el marco de la organización político-militar Montoneros, en junio de 1976, una herramienta que duró poco más de un año pero que marcó una profunda huella en el escenario del periodismo insurgente. Sin embargo, a diferencia de otros insumos comunicacionales de la organización, ANCLA nunca apareció como órgano de la misma sino que deliberadamente se planteó que sea un servicio informativo de la resistencia en general, pero todos los que militábamos en ella éramos integrantes de Montoneros. 

El tema de lanzar una Agencia de noticias era de una gran trascendencia: teníamos que transformar un espacio de clandestinidad en una fuente contra-informativa y de denuncia sobre los desmanes, atropellos, violaciones de los Derechos Humanos (torturas, asesinatos, campos de concentración) y demás fechorías que estaban cometiendo los militares de las tres armas, y el grupo importante de civiles que les acompañaban en el genocidio. Además, se hacía fundamental eludir la censura para dar a conocer las numerosas acciones que la resistencia popular (no solamente la armada) estuviera generando día a día en cada rincón del país. 

¿Cómo eran las relaciones entre los medios y el poder militar que gobernaba el país? ¿Más allá de una evidente censura… había colaboración mediática con la dictadura para encubrir sus crímenes?

Desde ya la colaboración de la totalidad de los medios hegemónicos con la dictadura fue fundamental para que la misma actuara con facilidad para imponer su discurso. Como suele ocurrir, los medios preparan el terreno, intoxican de antemano. Ya desde el desgobierno de Isabel Perón no les costó mucho esfuerzo hacerlo y la desinformación se acrecentó desde fines de marzo de 1976, cuando los  militares se hicieron con el gobierno. Medios como el vespertino La Razón, o los matutinos Clarín y La Nación (infaltables a la hora de tergiversar la realidad) se plegaron eufóricamente a demonizar cualquier tipo de resistencia popular a la dictadura y esgrimieron los mismos argumentos que la Junta Militar de Videla, Massera y Agosti, caracterizando de “terroristas” no solo a los que luchábamos con las armas en la mano, sino a todo aquel que militaba pacíficamente en barrios, fábricas o escuelas y Universidades. A estos medios tradicionales de la derecha más cerril, se le sumó un diario que en sus orígenes supo ser medianamente progresista, La Opinión, dirigida por Jacobo Timerman. Desde allí, se ensalzaba la tarea de los militares y se generaban matrices de opinión muy parecidas a las que por esos tiempos levantaba el Partido Comunista Argentino sobre que “Videla –y otros como él– no eran fascistas como Pinochet”. A nivel de revistas, Gente y varias del grupo Fontevecchia también servían a la dictadura prestando sus páginas para armar “operaciones comunicacionales” contra los luchadores e incluso, como hizo Gente al mentir descaradamente sobre los desaparecidos, los asesinados, los exiliados. Para los que han perdido la memoria, uno de los más acérrimos “periodistas” colaboracionistas era Samuel “Chiche” Gelblung, que aún sigue trabajando en los medios, con total impunidad.  

A los canales televisivos no vale la pena ni mencionarlos, ya que eran todos funcionales a los discursos y tropelías de los militares y sus “grupos de tareas” represivos y criminales.  

Rodolfo Walsh, Lilia Ferreyra, Haroldo Conti y compañeros en La Habana, Cuba. Foto: Archivo personal de Lilia Ferreyra.

Cuéntenos un poco la trastienda de la creación de ANCLA.

La Agencia fue diagramada por Walsh siguiendo los cánones de cualquier agencia informativa tradicional, con la particularidad de que esta actuaba clandestinamente. El plantel fijo, éramos, además de Walsh, Lila Pastoriza, Lucila Pagliai y yo (los que funcionábamos en la redacción). Otro integrante era el periodista de “El Cronista Comercial”, Eduardo Suárez, quien colaboró estrechamente con nosotros desde afuera de la sede de ANCLA, hasta que en un operativo militar lo secuestraron junto con su compañera y pasó a  engrosar la dolorosa lista de los 30 mil compañeros y compañeras desaparecidas. También había varios colaboradores y colaboradoras que periódicamente acercaban información, que chequeábamos y casi siempre se convertían en notas. Entre ellos estaba el exmarino Mario Galli (lo hicieron desaparecer junto a varios  miembros de su familia), mi querido hermano Adolfo “Fito” Infante, secuestrado junto a sus compañeros, y muchos otros de entrañable recuerdo.

¿Qué metodología utilizaban en la Agencia para obtener información que estaba restringida por la propia censura y cómo hacían para distribuir sus cables informativos y para no caer en redadas o allanamientos?

La redacción de ANCLA funcionaba en un piso que solo conocíamos nosotros. Todas las mañanas, como en cualquier redacción, llegábamos con los diarios y principales revistas del día, hacíamos una lectura pormenorizada de los mismos, incluidas las secciones “no políticas”, como ser las de la farándula, necrológicas y hasta las deportivas o de misceláneas. Walsh sostenía que “toda la información sobre lo que nos interesa está a la vista, lo que pasa es que hay que saberla leer entre líneas y traducirla para nuestros objetivos”. Obviamente, hacíamos a media mañana una pequeña reunión de redacción y de distribución de temas para hacer los cables o despachos que ANCLA daría a conocer en esa jornada. Abordábamos todos los temas: Derechos Humanos (todo lo que tuviera que ver con la represión), Fuerzas Armadas y policiales, Iglesia (la tradicional y la de la resistencia con los sacerdotes tercermundistas, casi todos perseguidos), Sindicatos, Políticos (la mayoría de los partidos estaban proscritos pero muchos de sus dirigentes seguían funcionando, algunos pegados a los militares y sus propuestas y otros más alejados), temas de Economía, Relaciones internacionales de la dictadura, los Empresarios y sus relaciones carnales con los militares, entre otros.

Una vez repartidas las notas, si teníamos información ya acumulada, nos poníamos a escribir, pero si debíamos conseguir más info, solíamos hacer algunos contactos con fuentes propias, que podían ser periodistas amigos o colaboradores de la organización, o contactos que algunos de nosotros manteníamos del tiempo en que trabajábamos legalmente. Todas estas salidas se hacían cumpliendo estrictamente las medidas de seguridad que imponía el agobiante clima represivo que se vivía.

Otra importantísima fuente informativa eran las y los compañeros de la organización. En realidad, teníamos miles de “corresponsales” en barrios, fábricas y otros sitios donde Montoneros seguía funcionando clandestinamente. Esos “informantes” nos acercaban por las vías naturales de contactos, datos o noticias a veces escritas en hojas de papel y hasta en servilletas. De la reunión de esos pequeños informes, después de contrastarlos, podían surgir nuevas investigaciones o notas de excelencia informativa. Walsh siempre insistía en que debíamos apostar a la total veracidad ya que era nuestra principal garantía de credibilidad para nuestros lectores. Otra fuente para recoger información eran unos pequeños scanners con que rastreábamos las radios de los móviles policiales y militares. Todos los días, algunos de nosotros hacíamos “escucha” de esas conversaciones del enemigo.

Rodolfo Walsh. Foto: Archivo personal de Lilia Ferreyra.

Luego de escribir las notas, las imprimíamos en unos mimeógrafos a alcohol, muy prácticos, porque eran extremadamente silenciosos. Usábamos “papel biblia”, muy finito y liviano, para que cuando armáramos los sobres para enviarlos a distintos destinos, los mismos no abultaran demasiado. Finalmente, ya con los sobres hechos (donde se ponían varios cables informativos sobre distintos temas), se salía a la calle para recorrer buzones y enviarlos. El destino local eran periodistas de medios, empresarios, curas, militares, sindicalistas y gente vinculada a la política, cuyos nombres y direcciones teníamos agendados. También algunos sobres se llevaban personalmente y se los dejaban en mesa de entradas de algunos sitios, pero estos eran los  menos, para no correr riesgos. Una buena cantidad de sobres con los despachos de ANCLA iban al exterior, a los medios de comunicación más conocidos de Europa, Estados Unidos o algunos de Latinoamérica, y estos, a diferencia de los medios locales, sí los publicaban, y era la manera de visibilizar las atrocidades que estaban cometiendo los militares, los asesinatos, la instalación de campos de exterminio, los negociados, o la política de hambre y miseria para los sectores más humildes. 

Menos de un año después de crear ANCLA, Rodolfo Walsh muere combatiendo en marzo de 1977. Tres meses después cae la encargada de coordinar la redacción, Lila Pastoriza, que también es secuestrada y torturada en la ESMA… ¿Qué pasó con ANCLA a partir de estas pérdidas en su estructura operativa?

En realidad, a mediados del 76, si bien los militares y sus “grupos de tareas” no tenían muy claro si éramos o no un grupo ligado a Montoneros, pero que sí les molestábamos lo suficiente por la repercusión que nuestras informaciones tenían en el exterior, comenzaron a cercarnos. De hecho, una vez que lo secuestran a Eduardo Suárez y que una patota militar “revienta” el piso en que funcionábamos, sin que caiga ninguno de nosotros, debimos descentralizar las tareas. Compramos nuevos mimeógrafos y cada uno se lo llevó a su casa. Desde allí seguimos escribiendo, recogiendo info y editando los cables. A fines de ese año y principios del 77, las caídas de compañeros eran apabullantes, pero sin embargo nosotros seguíamos funcionando con todo. Con Walsh se espaciaron los encuentros pero siempre mantuvimos el contacto entre quienes integrábamos el núcleo original. En marzo del 77, Walsh decide escribir la famosa e impactante “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que decide reasumir su identidad y firmarla con su nombre. La carta, como se sabe, fue el documento más exacto y demoledor sobre lo que realmente hicieron los militares en un año de gobierno, y si bien en Argentina se conoció mucho tiempo después, sí hubo repercusión de la misma en Europa. Ese mismo día en que Walsh y nosotros comenzábamos a distribuir la carta a través de los envíos habituales, un grupo operativo de la Marina intenta secuestrarlo. Walsh decide enfrentarlos y saca su arma, decidido a caer combatiendo. Lo llevan al Campo de Exterminio de la ESMA, pero ya llega muerto, algo que Rodolfo tenía claro que desde siempre: no entregarse vivo a sus enemigos. No les dio el gusto de que pudieran humillarlo.

Desde ese momento, con el dolor a cuestas de perder a un hombre y militante excepcional, de esos imprescindibles de los que habla Bertolt Brecht, empezamos a diagramar un plan B. Y la idea era, en virtud del cerco que sufríamos, sacar provisoriamente la Agencia fuera del país y desde el exterior seguir informando. Así es que al tiempo, tanto Lucila como yo viajamos a Europa, y esperábamos a Lila que se nos uniría poco después. Lamentablemente, Lila fue apresada por los asesinos de la ESMA, y prácticamente allí se fueron al garete nuestras posibilidades de seguir con la Agencia. Yo seguí militando en la organización, en la revista internacional de la misma, y finalmente me desvinculé junto a un numeroso grupo de compañeros en 1979, cuando discrepamos sobre el regreso al país en el marco de la contraofensiva que planteó la conducción de la orga. 

Cuando usted se exilia en España, la agencia quedó bajo la dirección de Horacio Verbitsky y Luis Guagnini, que desaparece en diciembre de 1977… ¿Cómo continuó ANCLA durante el resto de la dictadura?

Al irnos Lucila y yo, Lila Pastoriza siguió –hasta su caída– editando junto a Verbitsky algunos cables de ANCLA. Luego de ser apresada, Horacio continuó un tiempo más y prácticamente, por razones de la ofensiva y el cerco militar, ANCLA deja de transmitir información. Guagnini estaba en otro servicio periodístico clandestino que fue Cadena Informativa, que también sucumbe con la caída y desaparición de Luis. 

¿Tiene conocimiento de otras iniciativas similares a ANCLA en otros contextos similares a la última dictadura argentina? Bajo la Nicaragua de Somoza, la Cuba de Batista o la España de Franco, por decir tres ejemplos emblemáticos… ¿En otros países surgieron modelos alternativos de información para sortear la censura y el blindaje comunicacional siempre impuesto por los gobiernos totalitarios?

Siempre que hubo dictaduras y censura total, los pueblos se las ingeniaron para resistir no solo en las calles o desde la clandestinidad, sino también en lo que hace a lo comunicacional. Así en Cuba, las transmisiones de Radio Rebelde hicieron historia y ayudaron muchísimo a que la población estuviera al tanto de los avances de la guerrilla encabezada por Fidel y el Che. Lo mismo ocurrió en El Salvador con Radio Venceremos o en Nicaragua con Radio Sandino y Radio Venceremos. En todos estos procesos revolucionarios surgieron cientos de hojas informativas y periódicos confeccionados e impresos desde la clandestinidad. En España, numerosos medios antifranquistas fueron impulsados por los anarquistas y los comunistas. Nombres de periódicos como Fraternidad, Solidaridad, en Asturias, o Crisol en el País Vasco.

Sin dudas la revista Resumen Latinoamericano, que usted dirige, rescata el espíritu de ANCLA y de un periodismo militante que lleve luz allí donde los medios hegemónicos callan, distorsionan y tergiversan… ¿Qué reflexión final nos podría ofrecer sobre ANCLA y la importancia de la información veraz en tiempos de muerte y obstrucción de la verdad?

Así es… Cuando decidimos fundar Resumen en el exilio, en 1979, con el nombre de Resumen de la Actualidad Argentina y Latinoamericana, lo hicimos inspirados en ANCLA y en las enseñanzas de Rodolfo Walsh. Luego, cuando pude retornar al país en 1983 nunca dejé de militar en lo comunicacional alternativo, hasta que en 1993 decido poner en marcha este proyecto que hoy es Resumen Latinoamericano y que se ha convertido en una plataforma continental que contiene prensa escrita, radio, programas de TV, presencia en las redes digitales y talleres comunicacionales. Todo ello, con la idea de seguir dando testimonio en tiempos difíciles, en luchar contra el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado, desde abajo y a la izquierda. 

ANCLA es hoy un ejemplo para quienes tienen vocación y espíritu militante en el campo de la contrainformación, ya que al decir de Walsh: “Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”. Él nos demostró que con los  mínimos recursos pero con la idea de estar defendiendo una causa justa se pueden conseguir importantes victorias en el campo informativo. Leer hoy los cables de ANCLA, escritos hace 43 o 44 años, conmueven por su inocultable vigencia en algunos aspectos de la realidad, y en ese sentido creo que está resumido todo lo que –desde mi punto de vista– debe ser la práctica periodística: desafiar la censura y la autocensura, apostar a la veracidad y reivindicar, como comunicadores populares, el papel de militantes comprometidos con las luchas de nuestro pueblo y de los pueblos del continente. Para terminar, ahora que el continente y el mundo atraviesan momentos muy complejos, más que nunca repito con Walsh: ”Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. 

Por Alejo Brignole – Correo del ALBA, Resumen Latinoamericano

20 de septiembre 2020