En los años de plomo de la Argentina, en donde el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón se descomponía a pasos acelerados y era cercado por una Junta Militar devenida en un factor de poder clave en la coyuntura nacional, los medios jugaron un rol principal en el deterioro de esas precarias condiciones institucionales. El casi inevitable derrocamiento de María Estela Martínez de Perón a mano de las cúpulas militares apadrinadas en las sombras por la embajada estadounidense –en Chile ya había sucedido en 1973 y también en otros países de la región–, finalmente se concretó el 24 de marzo de 1976, inaugurando acaso la más sangrienta dictadura argentina.
Al igual que en Chile, los golpistas llevaron adelante dos premisas básicas planteadas por Washington, como una necesidad estratégica para América Latina: aniquilar cualquier foco de resistencia social y armada, y someter jurídicamente al Estado argentino y su aparato productivo, enajenando su economía bajo el nuevo dogma privatizador representado por la llamada Escuela de Chicago.
En aquellos años de represión brutal, de genocidio perpetrado con mecanismos metodológicos diseñados por el Pentágono, y desmantelamiento de la industria argentina en beneficio de grupos extranjeros, la (des)información fue un arma más de esa guerra sucia, que en el caso argentino costó 30 mil0 muertos. Los grandes medios hegemónicos (diarios Clarín, La Prensa y La Nación, junto a decenas otros medios provinciales, radios y TV), fueron cómplices activos en el proceso de ocultamiento y narcosis de una población sometida al terror estatal.
Sin embargo, surgieron iniciativas militantes, combativas y fuertemente estimuladas a generar trincheras informativas que rompieran el cerco mediático impuesto por la dictadura. Una de ellas fue la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), fundada por el escritor y militante montonero, Rodolfo Walsh, junto a colaboradores reclutados entre del peronismo combativo. Ente ellos Carlos Aznárez, periodista que fue pionero y artífice de la primera hora de ANCLA y que, junto a Walsh y otros periodistas, desafiaron la sentencia de muerte y tortura que la dictadura imponía a cualquier opositor o enemigo de aquel genocidio, ya en pleno desarrollo desde marzo de 1976.
Carlos Aznárez, que actualmente dirige la mítica revista de alcance internacional Resumen Latinoamericano, nació en Buenos Aires en 1947 y hoy es un reconocido histórico de la izquierda argentina, que acumula una larga trayectoria en el periodismo militante y revolucionario. Fue redactor en los diarios Noticias, La Razón, Página 12 y Sur y las revistas Crisis y Fin de siglo, entre otros.
Antes y después de la última dictadura formó parte de diversas organizaciones revolucionarias y sindicalistas. Autor de varios libros de reflexión e investigación como Tupamaros (Buenos Aires, 1967); El padrino de la mafia sindical (Buenos Aires, 1988) y 500 años después: ¿descubrimiento o genocidio? (Madrid, 1992); Palestina, una nación, un pueblo y Los sueños de Bolívar en la Venezuela de hoy (Txalaparta, 2000); y junto con Javier Arjona escribió Rebeldes sin tierra (Txalaparta, 2002).
Tras más de cuatro décadas trabajando en las trincheras de la información y siempre en los márgenes que impone la vertebración de un capitalismo totalizador, sobre todo en el ámbito comunicacional, conversamos con Aznárez sobre aquellos años de prensa clandestina y de la Agencia ANCLA, hoy convertida en parte ineludible de la taumaturgia revolucionaria en toda la región.
En 1976 usted fue uno de los miembros fundadores de la ANCLA, junto a Rodolfo Walsh y otros… ¿Qué motivó la creación de la agencia en los inicios de una dictadura que ya había demostrado su ferocidad desde los primeros días de su arribo al poder?
Vivíamos en plena dictadura militar, soportando una cerrazón informativa como jamás había ocurrido en el país, y es en ese marco que el oficial montonero Rodolfo Walsh se fusionó mental y físicamente con el Walsh estratega comunicacional y con el Walsh que había demostrado ser un maestro del periodismo de investigación al escribir Operación Masacre, relatando lo ocurrido con los fusilamientos de patriotas peronistas en 1956. Parió entonces un instrumento que sirvió para romper el muro de silencio que nos quería imponer la dictadura, y además, supo vencer el discurso del terror, que actuaba como desmovilizador y paralizador de la sociedad.
Con esas premisas y la recomendación tácita de que para quienes formáramos parte del equipo de ANCLA, esta iba a ser, desde ese mismo momento, nuestro ámbito prioritario, nace en el marco de la organización político-militar Montoneros, en junio de 1976, una herramienta que duró poco más de un año pero que marcó una profunda huella en el escenario del periodismo insurgente. Sin embargo, a diferencia de otros insumos comunicacionales de la organización, ANCLA nunca apareció como órgano de la misma sino que deliberadamente se planteó que sea un servicio informativo de la resistencia en general, pero todos los que militábamos en ella éramos integrantes de Montoneros.
El tema de lanzar una Agencia de noticias era de una gran trascendencia: teníamos que transformar un espacio de clandestinidad en una fuente contra-informativa y de denuncia sobre los desmanes, atropellos, violaciones de los Derechos Humanos (torturas, asesinatos, campos de concentración) y demás fechorías que estaban cometiendo los militares de las tres armas, y el grupo importante de civiles que les acompañaban en el genocidio. Además, se hacía fundamental eludir la censura para dar a conocer las numerosas acciones que la resistencia popular (no solamente la armada) estuviera generando día a día en cada rincón del país.
¿Cómo eran las relaciones entre los medios y el poder militar que gobernaba el país? ¿Más allá de una evidente censura… había colaboración mediática con la dictadura para encubrir sus crímenes?
Desde ya la colaboración de la totalidad de los medios hegemónicos con la dictadura fue fundamental para que la misma actuara con facilidad para imponer su discurso. Como suele ocurrir, los medios preparan el terreno, intoxican de antemano. Ya desde el desgobierno de Isabel Perón no les costó mucho esfuerzo hacerlo y la desinformación se acrecentó desde fines de marzo de 1976, cuando los militares se hicieron con el gobierno. Medios como el vespertino La Razón, o los matutinos Clarín y La Nación (infaltables a la hora de tergiversar la realidad) se plegaron eufóricamente a demonizar cualquier tipo de resistencia popular a la dictadura y esgrimieron los mismos argumentos que la Junta Militar de Videla, Massera y Agosti, caracterizando de “terroristas” no solo a los que luchábamos con las armas en la mano, sino a todo aquel que militaba pacíficamente en barrios, fábricas o escuelas y Universidades. A estos medios tradicionales de la derecha más cerril, se le sumó un diario que en sus orígenes supo ser medianamente progresista, La Opinión, dirigida por Jacobo Timerman. Desde allí, se ensalzaba la tarea de los militares y se generaban matrices de opinión muy parecidas a las que por esos tiempos levantaba el Partido Comunista Argentino sobre que “Videla –y otros como él– no eran fascistas como Pinochet”. A nivel de revistas, Gente y varias del grupo Fontevecchia también servían a la dictadura prestando sus páginas para armar “operaciones comunicacionales” contra los luchadores e incluso, como hizo Gente al mentir descaradamente sobre los desaparecidos, los asesinados, los exiliados. Para los que han perdido la memoria, uno de los más acérrimos “periodistas” colaboracionistas era Samuel “Chiche” Gelblung, que aún sigue trabajando en los medios, con total impunidad.
A los canales televisivos no vale la pena ni mencionarlos, ya que eran todos funcionales a los discursos y tropelías de los militares y sus “grupos de tareas” represivos y criminales.
Cuéntenos un poco la trastienda de la creación de ANCLA.
La Agencia fue diagramada por Walsh siguiendo los cánones de cualquier agencia informativa tradicional, con la particularidad de que esta actuaba clandestinamente. El plantel fijo, éramos, además de Walsh, Lila Pastoriza, Lucila Pagliai y yo (los que funcionábamos en la redacción). Otro integrante era el periodista de “El Cronista Comercial”, Eduardo Suárez, quien colaboró estrechamente con nosotros desde afuera de la sede de ANCLA, hasta que en un operativo militar lo secuestraron junto con su compañera y pasó a engrosar la dolorosa lista de los 30 mil compañeros y compañeras desaparecidas. También había varios colaboradores y colaboradoras que periódicamente acercaban información, que chequeábamos y casi siempre se convertían en notas. Entre ellos estaba el exmarino Mario Galli (lo hicieron desaparecer junto a varios miembros de su familia), mi querido hermano Adolfo “Fito” Infante, secuestrado junto a sus compañeros, y muchos otros de entrañable recuerdo.
¿Qué metodología utilizaban en la Agencia para obtener información que estaba restringida por la propia censura y cómo hacían para distribuir sus cables informativos y para no caer en redadas o allanamientos?
La redacción de ANCLA funcionaba en un piso que solo conocíamos nosotros. Todas las mañanas, como en cualquier redacción, llegábamos con los diarios y principales revistas del día, hacíamos una lectura pormenorizada de los mismos, incluidas las secciones “no políticas”, como ser las de la farándula, necrológicas y hasta las deportivas o de misceláneas. Walsh sostenía que “toda la información sobre lo que nos interesa está a la vista, lo que pasa es que hay que saberla leer entre líneas y traducirla para nuestros objetivos”. Obviamente, hacíamos a media mañana una pequeña reunión de redacción y de distribución de temas para hacer los cables o despachos que ANCLA daría a conocer en esa jornada. Abordábamos todos los temas: Derechos Humanos (todo lo que tuviera que ver con la represión), Fuerzas Armadas y policiales, Iglesia (la tradicional y la de la resistencia con los sacerdotes tercermundistas, casi todos perseguidos), Sindicatos, Políticos (la mayoría de los partidos estaban proscritos pero muchos de sus dirigentes seguían funcionando, algunos pegados a los militares y sus propuestas y otros más alejados), temas de Economía, Relaciones internacionales de la dictadura, los Empresarios y sus relaciones carnales con los militares, entre otros.
Una vez repartidas las notas, si teníamos información ya acumulada, nos poníamos a escribir, pero si debíamos conseguir más info, solíamos hacer algunos contactos con fuentes propias, que podían ser periodistas amigos o colaboradores de la organización, o contactos que algunos de nosotros manteníamos del tiempo en que trabajábamos legalmente. Todas estas salidas se hacían cumpliendo estrictamente las medidas de seguridad que imponía el agobiante clima represivo que se vivía.
Otra importantísima fuente informativa eran las y los compañeros de la organización. En realidad, teníamos miles de “corresponsales” en barrios, fábricas y otros sitios donde Montoneros seguía funcionando clandestinamente. Esos “informantes” nos acercaban por las vías naturales de contactos, datos o noticias a veces escritas en hojas de papel y hasta en servilletas. De la reunión de esos pequeños informes, después de contrastarlos, podían surgir nuevas investigaciones o notas de excelencia informativa. Walsh siempre insistía en que debíamos apostar a la total veracidad ya que era nuestra principal garantía de credibilidad para nuestros lectores. Otra fuente para recoger información eran unos pequeños scanners con que rastreábamos las radios de los móviles policiales y militares. Todos los días, algunos de nosotros hacíamos “escucha” de esas conversaciones del enemigo.
Luego de escribir las notas, las imprimíamos en unos mimeógrafos a alcohol, muy prácticos, porque eran extremadamente silenciosos. Usábamos “papel biblia”, muy finito y liviano, para que cuando armáramos los sobres para enviarlos a distintos destinos, los mismos no abultaran demasiado. Finalmente, ya con los sobres hechos (donde se ponían varios cables informativos sobre distintos temas), se salía a la calle para recorrer buzones y enviarlos. El destino local eran periodistas de medios, empresarios, curas, militares, sindicalistas y gente vinculada a la política, cuyos nombres y direcciones teníamos agendados. También algunos sobres se llevaban personalmente y se los dejaban en mesa de entradas de algunos sitios, pero estos eran los menos, para no correr riesgos. Una buena cantidad de sobres con los despachos de ANCLA iban al exterior, a los medios de comunicación más conocidos de Europa, Estados Unidos o algunos de Latinoamérica, y estos, a diferencia de los medios locales, sí los publicaban, y era la manera de visibilizar las atrocidades que estaban cometiendo los militares, los asesinatos, la instalación de campos de exterminio, los negociados, o la política de hambre y miseria para los sectores más humildes.
Menos de un año después de crear ANCLA, Rodolfo Walsh muere combatiendo en marzo de 1977. Tres meses después cae la encargada de coordinar la redacción, Lila Pastoriza, que también es secuestrada y torturada en la ESMA… ¿Qué pasó con ANCLA a partir de estas pérdidas en su estructura operativa?
En realidad, a mediados del 76, si bien los militares y sus “grupos de tareas” no tenían muy claro si éramos o no un grupo ligado a Montoneros, pero que sí les molestábamos lo suficiente por la repercusión que nuestras informaciones tenían en el exterior, comenzaron a cercarnos. De hecho, una vez que lo secuestran a Eduardo Suárez y que una patota militar “revienta” el piso en que funcionábamos, sin que caiga ninguno de nosotros, debimos descentralizar las tareas. Compramos nuevos mimeógrafos y cada uno se lo llevó a su casa. Desde allí seguimos escribiendo, recogiendo info y editando los cables. A fines de ese año y principios del 77, las caídas de compañeros eran apabullantes, pero sin embargo nosotros seguíamos funcionando con todo. Con Walsh se espaciaron los encuentros pero siempre mantuvimos el contacto entre quienes integrábamos el núcleo original. En marzo del 77, Walsh decide escribir la famosa e impactante “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que decide reasumir su identidad y firmarla con su nombre. La carta, como se sabe, fue el documento más exacto y demoledor sobre lo que realmente hicieron los militares en un año de gobierno, y si bien en Argentina se conoció mucho tiempo después, sí hubo repercusión de la misma en Europa. Ese mismo día en que Walsh y nosotros comenzábamos a distribuir la carta a través de los envíos habituales, un grupo operativo de la Marina intenta secuestrarlo. Walsh decide enfrentarlos y saca su arma, decidido a caer combatiendo. Lo llevan al Campo de Exterminio de la ESMA, pero ya llega muerto, algo que Rodolfo tenía claro que desde siempre: no entregarse vivo a sus enemigos. No les dio el gusto de que pudieran humillarlo.
Desde ese momento, con el dolor a cuestas de perder a un hombre y militante excepcional, de esos imprescindibles de los que habla Bertolt Brecht, empezamos a diagramar un plan B. Y la idea era, en virtud del cerco que sufríamos, sacar provisoriamente la Agencia fuera del país y desde el exterior seguir informando. Así es que al tiempo, tanto Lucila como yo viajamos a Europa, y esperábamos a Lila que se nos uniría poco después. Lamentablemente, Lila fue apresada por los asesinos de la ESMA, y prácticamente allí se fueron al garete nuestras posibilidades de seguir con la Agencia. Yo seguí militando en la organización, en la revista internacional de la misma, y finalmente me desvinculé junto a un numeroso grupo de compañeros en 1979, cuando discrepamos sobre el regreso al país en el marco de la contraofensiva que planteó la conducción de la orga.
Cuando usted se exilia en España, la agencia quedó bajo la dirección de Horacio Verbitsky y Luis Guagnini, que desaparece en diciembre de 1977… ¿Cómo continuó ANCLA durante el resto de la dictadura?
Al irnos Lucila y yo, Lila Pastoriza siguió –hasta su caída– editando junto a Verbitsky algunos cables de ANCLA. Luego de ser apresada, Horacio continuó un tiempo más y prácticamente, por razones de la ofensiva y el cerco militar, ANCLA deja de transmitir información. Guagnini estaba en otro servicio periodístico clandestino que fue Cadena Informativa, que también sucumbe con la caída y desaparición de Luis.
¿Tiene conocimiento de otras iniciativas similares a ANCLA en otros contextos similares a la última dictadura argentina? Bajo la Nicaragua de Somoza, la Cuba de Batista o la España de Franco, por decir tres ejemplos emblemáticos… ¿En otros países surgieron modelos alternativos de información para sortear la censura y el blindaje comunicacional siempre impuesto por los gobiernos totalitarios?
Siempre que hubo dictaduras y censura total, los pueblos se las ingeniaron para resistir no solo en las calles o desde la clandestinidad, sino también en lo que hace a lo comunicacional. Así en Cuba, las transmisiones de Radio Rebelde hicieron historia y ayudaron muchísimo a que la población estuviera al tanto de los avances de la guerrilla encabezada por Fidel y el Che. Lo mismo ocurrió en El Salvador con Radio Venceremos o en Nicaragua con Radio Sandino y Radio Venceremos. En todos estos procesos revolucionarios surgieron cientos de hojas informativas y periódicos confeccionados e impresos desde la clandestinidad. En España, numerosos medios antifranquistas fueron impulsados por los anarquistas y los comunistas. Nombres de periódicos como Fraternidad, Solidaridad, en Asturias, o Crisol en el País Vasco.
Sin dudas la revista Resumen Latinoamericano, que usted dirige, rescata el espíritu de ANCLA y de un periodismo militante que lleve luz allí donde los medios hegemónicos callan, distorsionan y tergiversan… ¿Qué reflexión final nos podría ofrecer sobre ANCLA y la importancia de la información veraz en tiempos de muerte y obstrucción de la verdad?
Así es… Cuando decidimos fundar Resumen en el exilio, en 1979, con el nombre de Resumen de la Actualidad Argentina y Latinoamericana, lo hicimos inspirados en ANCLA y en las enseñanzas de Rodolfo Walsh. Luego, cuando pude retornar al país en 1983 nunca dejé de militar en lo comunicacional alternativo, hasta que en 1993 decido poner en marcha este proyecto que hoy es Resumen Latinoamericano y que se ha convertido en una plataforma continental que contiene prensa escrita, radio, programas de TV, presencia en las redes digitales y talleres comunicacionales. Todo ello, con la idea de seguir dando testimonio en tiempos difíciles, en luchar contra el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado, desde abajo y a la izquierda.
ANCLA es hoy un ejemplo para quienes tienen vocación y espíritu militante en el campo de la contrainformación, ya que al decir de Walsh: “Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”. Él nos demostró que con los mínimos recursos pero con la idea de estar defendiendo una causa justa se pueden conseguir importantes victorias en el campo informativo. Leer hoy los cables de ANCLA, escritos hace 43 o 44 años, conmueven por su inocultable vigencia en algunos aspectos de la realidad, y en ese sentido creo que está resumido todo lo que –desde mi punto de vista– debe ser la práctica periodística: desafiar la censura y la autocensura, apostar a la veracidad y reivindicar, como comunicadores populares, el papel de militantes comprometidos con las luchas de nuestro pueblo y de los pueblos del continente. Para terminar, ahora que el continente y el mundo atraviesan momentos muy complejos, más que nunca repito con Walsh: ”Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
Por Alejo Brignole – Correo del ALBA, Resumen Latinoamericano
20 de septiembre 2020