Operación Masacre es un texto, una novela, que trata sobre los fusilamientos llevados a cabo durante el período de la llamada “Revolución Libertadora” a mediados de la década del 50 en nuestro país, durante el gobierno de Pedro Aramburu e Isaac Rojas, intervención de la CGT mediante y bajo un clima de tolerancia cero hacia los sectores sindicales y a las voces disidentes. Los hechos pasaron a los libros de historia como la masacre de José León Suárez.
Corre el año 1956 y, en un principio, Rodolfo Walsh obtiene información acerca de los fusilamientos de manera casual en un café de la ciudad de La Plata, donde anteriormente se encuentra cerca de un tiroteo a causa de un asalto al departamento de policía. Walsh ve de cerca tiroteos, disparos, sangre, violencia. Todos sucesos que transcurren cercanos a su vivienda, por la zona de la actual Plaza San Martín de dicha ciudad. Pero hay un hecho particular que lo motiva para realizar la investigación de Operación Masacre, devenida también en crónica policial: en los fusilamientos de junio del 56 hay un sobreviviente. Un hombre le confirma a Walsh que “hay un fusilado que vive”. Su nombre es Juan Carlos Livraga.
El periodista se mete de lleno en el tema. Hasta modifica su identidad y se muda para “garantizar” su propia seguridad. Bajo un estado de paranoia incesante, incluye un revólver que lleva a todas partes. Se vuelve obsesivo, las imágenes de los sucesos se le aparecen permanentemente, sobre la del sobreviviente corriendo, bañado en sangre y moribundo. Emprende un viaje a José León Suárez, lugar donde fue realizado el fusilamiento. Lo acompaña una periodista que consigue varios testimonios importantes que aportan a la investigación en curso. Crece el afán del Walsh por esclarecer y difundir las denuncias de los sobrevivientes de la Masacre de José León Suárez.
Rodolfo Walsh escucha de cerca el relato del juez que estaba indagando a Livraga, logrando entrar en el despacho por hacerse pasar por el primo del sobreviviente.
El periodista se ve claramente conmovido por los hechos de violencia que sucedían en su ámbito y es un punto de partida para iniciar la investigación. De hecho el relato cuenta como vio un hombre asesinado prácticamente en la puerta de su casa. Vivía frente a un destacamento policial, por lo que todo el tiempo había soldados armas deambulando por los techos. Pero un punto importante que logra su motivación es también su preferencia por los textos policiales y fantásticos.
La hipótesis que maneja Walsh tiene que ver con que si el seguía investigando mientras vivía allí mismo, lo iban a intentar masacrar. Es por ello que decide cambiar la identidad y mudarse. Así como los fusilamientos fueron clandestinos, la exploración de los hechos y evidencias también tenía que desarrollarse en forma oculta. Después de la entrevista al otro sobreviviente del fusilamiento, Miguel Angel Giunta, estaba “dando por terminado” el caso en el sentido de que, decía Walsh, no había más para contar, había ocurrido un fusilamiento con dos sobrevivientes y el resto muertos. Pero Giunta confirma que hay un tercer sobreviviente. Esto motiva a Walsh y su acompañante a seguir indagando e investigando, en busca de ese tercer sobreviviente. Lo que no va a saber Walsh, hasta descubrirlo por deducciones, es que finalmente hay más personas que subsistieron a la masacre.
Piel erizada y ojos empañados. Dolor. Ausencias. Justicia que no llega.
SON PRESENTE. SON MEMORIA. ¿DÓNDE ESTÁN?
El 20 de mayo de 1976 aparecieron en Buenos Aires los cuerpos de Zelmar Michelini y Héctor Gutierrez Ruiz, legisladores exiliados en Argentina, junto a los militantes tupamaros William Whitelaw y Rosario Bartedo. Torturados y asesinados. En 1996 Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos convocaron a la primera Marcha del Silencio, una procesión por la principal avenida uruguaya en absoluto silencio, un silencio que grita y estremece, para reclamar por los uruguayos detenidos desaparecidos en la dictadura cívico-militar.
Este 20 de mayo las condiciones son otras, es un mayo excepcional porque la pandemia limita la cercanía física, por lo que Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos decidió no realizar la marcha en la calle como siempre se hace. Sin embargo, mayo es un mes de memoria y la marcha ahora es por redes sociales y la privacidad de cada hogar. Carteles, pintadas, balconeras y margaritas por todos lados, tweets, publicaciones en Facebook o Instagram. La creatividad se ha puesto en marcha y, si quieren, ha extendido la consigna por todos lados.
No quise quedarme atrás, por eso hoy quiero hablar de desaparecidos y literatura. Para empezar, y aunque parezca tonto, ¿qué es un desaparecido? La desaparición forzada de personas, ha sido definida por la ONU como: [El] arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley.
El siglo XX, si quieren, es un siglo de desaparecidos, pero el término comenzó a usarse en Latinoamérica para hablar de las violaciones de los Derechos Humanos en Guatemala en 1966, pero conforme la práctica comenzó a adaptarse a otros países del continente, el término empezó a hacerse eco. La difusión de estas prácticas, que van desde la tortura y la deshumanización hasta la desaparición física, fue moneda corriente en las dictaduras latinoamericanas de la década del 70 y estuvo alentada por la instrucción militar brindada por el ejército de Estados Unidos a militares latinoamericanos en la Escuela de las Américas, Panamá. En una lógica de Guerra Fría, en donde el comunismo avanzaba y el capitalismo estadounidense era quien debía frenarlo, se habilitaron múltiples métodos, que violaban reiterada y sistemáticamente los Derechos Humanos, que buscaban detener el avance de la insurgencia y ponerle fin a las células comunistas del continente que habían tomado impulso luego del triunfo de la Revolución cubana.
Cargado de un peso simbólico atroz, el desaparecido vive en el terrible límite entre la vida y la muerte. El desaparecido no está, el desaparecido no es pero tampoco es vivo o muerto, no es ausente ni presente. El desaparecido es una figura inasible, un espacio vacío. El desaparecido camina en la incertidumbre mientras el silencio, el que oculta, barre abajo de la alfombra y dice no saber de qué se habla, hiere a madres y familiares que hace cuarenta años dan la lucha para saber dónde están sus hijos y sus familiares. Hay madres que se han ido sin saber qué fue de sus propios hijos porque hay un sistema militar que oculta y niega participación. Pero como representación de lo no dicho, el desaparecido reaparece en lo personal, en lo familiar y en lo social porque hay espacios de memoria que todavía luchan por saber dónde están, por conocer la verdad, por correr el velo que oculta la información.
En su libro El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para una catástrofe de la identidad Gabriel Gatti, hijo, hermano y tío de desaparecidos, aborda lo que él llama “narrativas del sentido”. Estas narrativas gestionan la catástrofe intentando reponer lo que esta deshace: apuestan por re-unir cuerpos y nombres; por re-hacer la alianza de un sujeto con las cadenas de filiación que le hacen tal; por re-componer individuos devolviendo sentido a la conexión de esas personas como miembros de un Estado. Estas narrativas serían, de acuerdo a Gatti, propias de períodos de transición y están dominadas por un mandato: el de la memoria.
La integran dos grupos: por un lado, la serie de técnicos que buscan reconstruir el escenario sustraído de la dictadura: los arqueólogos que reconstruyen las ruinas de los centros de detención, los historiadores, los antropólogos forenses. Por otro lado, los organismos de derechos humanos que gravitan alrededor de Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina y Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos en Uruguay. . Cualquiera de los dos organismos basan su programa en una definición conservadora de la identidad: asociándola al origen y la genética, ésta se vuelve sólida, fija, y unívoca. Este trabajo minucioso de recomposición es, sin dudas, políticamente necesaria.
Las dictaduras latinoamericanas del cono sur fueron una herida difícil de procesar y todavía lo siguen siendo porque quedan preguntas por responder y justicia por hacer. Pero mientras las respuestas y la justicia no lleguen, hay memoria y la literatura no es ajena. Dentro de lo que Gabriel Gatti llama narrativa del sentido, hay ríos de tinta escritos por historiadores e intelectuales uruguayos y desde Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos también los hay: A todos ellos. Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos del 2004, Muertes en prisión de octubre de 1984 y Desaparecidos, a la escucha del silencio para sellar la paz.
Sin ánimo de contradecir a Gabriel Gatti, creo que hay otras narrativas que, de puro atrevimiento, llamaría de resistencia o incluso de protesta. Este tipo de narrativas comenzaron en el momento mismo del establecimiento de un gobierno de facto y significó para muchos el exilio o, en otros casos, la desaparición o la muerte. Hablo de escritores como Benedetti, que estuvo exiliado en Argentina, Cuba y España, que escribe ese poema Desaparecidos que te parte al medio, pero también en Ángel Rama, Eduardo Galeano o Cristina Peri Rossi pero también en Mauricio Rosencof, Carlos Liscano que estuvieron presos o incluso en Íbero Gutierrez al que asesinaron. Acá habría que abrir la discusión sobre qué es literatura, creo que la puedo arreglar comentándoles que hubo otros artistas que le pusieron el cuerpo a la situación y son todos los cantantes populares como Zitarrosa, los Olimareños, Larbanois&Carrero y los letristas de carnaval que se atrevieron a decir sin decir.
Del otro lado de las antípodas de lo ficcional aparece la literatura testimonial que son atravesadas por las subjetividades personales del testimonio y la vivencia de una realidad particular. Más allá de la calidad literaria, este tipo de literatura persigue otros objetivos como puede ser la ética, la búsqueda de la verdad histórica y a la identidad personal, la comprensión de una historia familiar. No es precisamente sobre desaparecidos, pero en esta lógica testimonial hay dos libros que recomiendo mucho que son Las palabras guardadas del Taller Ex.presar y Memoria para armar dos. ¿Quién se portó mal?del Taller “Género y memoria ex–Presas Políticas” (2001-2003) y el “Taller Vivencias de ex-presas políticas” (2004).
En cualquier caso, siempre se trata de una literatura que se sostiene en el fuerte compromiso ideológico y humanitario, no solo de parte de los escritores sino también de editores que deciden publicar y de organismos que fomentan las publicaciones. La literatura siempre ha sido política, pero en estos temas más que nunca tiene que ignorar la asepsia que pretenden algunos porque el reclamo, la denuncia ante la violación de Derechos Humanos, el pedido de justicia y la memoria histórica no pueden ser tibios, acá no hay lugar para ellos.
¿Cuál es el futuro de los valores democráticos en una sociedad donde quienes dieron sus vidas luchando contra la dictadura quedan congelados en ese estado de “desaparecidos” de ausentes mientras sus verdugos gozan de total impunidad? Los familiares de desaparecidos necesitan un esclarecimiento que permita enterrar a sus muertos completar un proceso de duelo especialmente extenso y trabajoso. Sus familias lejos de recibir alguna forma de reparación continúan padeciendo un macabro periplo que parece no tener fin. Mientras, sus verdugos gozan de la impunidad. Pero el país todo, las futuras generaciones tienen derecho a nombrar a sus muertos, recobrar el sentido de su sacrificio… recuperar una historia que les permita construir su futuro.
Narra la historia del periodista estadounidense John Nitsch, quien es testigo del ascenso y caída de la revolución pacífica. “La literatura, el cine, el teatro ya están abordando este tema hace rato, la historieta no hace sino aportar lo suyo. ¿Por qué? Porque Chile debe encarar sus fracturas y hablar del pasado sin tapujos, es la única forma de avanzar. No creo en eso de olvidar el pasado sin discutirlo y mirar sólo hacia el futuro. Es una forma cobarde de evadir lo que nos ha traído al Chile de hoy”, señala el primero.
Una novela gráfica sobre la experiencia del gobierno de la Unidad Popular acaban de publicar el guionista, editor y docente Carlos Reyes junto al dibujante y pintor Rodrigo Elgueta.
Se trata de “Los años de Allende” (Editorial Hueders), una obra está protagonizada por un periodista estadounidense, John Nitsch, que junto a otros protagonistas –el escéptico taxista Marcelo González y la entusiasta activista Claudia, entre otros- ve “con pasión y dolor cómo se articulaba y destruía un experimento social único en el siglo XX”, como reza la contratapa.
El libro es parte de otras novelas gráficas que abordan la memoria histórica de nuestro país, tales como “El Golpe. El pueblo 1970-1973”, de Nicolás Cruz y Quique Palomo, “La Senda del Errante”, de Germán Valenzuela y otros autores, “Lota 1960”, de Claudio Romo y Hari Rodríguez o “Santa María 1907”, de Pedro Prado.
Un protagonista gringo
Una de las primeras cosas que llama la atención de esta obra –un proyecto financiada por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la lectura, convocatoria 2014- es que los autores hayan escogido a un personaje extranjero para narrar la historia.
“El periodista norteamericano que creamos para la historia nos permitió cierto distanciamiento necesario para realizar la crónica de los hechos que íbamos a contar”, explica Reyes, que en los años 80 colaboró con la mítica revista “La bicicleta”, ha publicado varios libros y es cofundador de la editorial Feroces Editores. “Su nombre, John Nitsch, está tomado de un amigo y mentor norteamericano con el que conocí y trabajé mucho tiempo”.
Ese nombre es lo único real, el resto es ficción, aclara. “Para mí, Nitsch es un librepensador que se interesa profundamente por lo que pasa en Chile y se propone relatarlo de la forma más certera posible”, reflexiona.
“Creo que Nitsch era el personaje necesario que tenía una distancia ideológica de la realidad chilena de aquellos años”, coincide Elgueta. “Con una cierta ingenuidad, Nitsch se hace las preguntas básicas que pocos se hicieron en aquellos años… en incluso ahora. Pero al mismo tiempo al ser un periodista, le permitía acceder a lugares y poseer la acuciosidad profesional para investigar los hechos hasta el final”.
Criterios de selección histórica
El libro incluye una enorme variedad de episodios: desde los asesinatos del general René Schneider y el ex ministro Edmundo Pérez Zujovic, los frustrados alzamientos militares como el “Tancazo” y el “Tanquetazo”, el escándalo CIA-ITT, la nacionalización del cobre, la construcción del centro cultural Gabriel Mistral, el paro de camioneros, las JAP, y el terrorismo de derecha e izquierda.
Para relatar estos episodios, los autores bucearon durante más de dos años en libros, revistas, videos, películas, reportajes, crónicas, testimonios y sitios web. Además contaron con la ayuda del historiador Manuel Vicuña y la asesoría constante del escritor Marcelo Mellado.
“La idea fue reconstituir para el lector la mayor panorámica de la sociedad chilena de la época que el lenguaje de la historieta nos permitió hacer”, señala Reyes.
Obviamente allí les surgieron preguntas fundamentales que recorrieron este trabajo: ¿Es posible tener una mirada completamente objetiva de la historia? ¿Un historiador pueda escribir sobre el pasado sin que sus propias opiniones y subjetividades se vean reflejadas en ese trabajo?
“Tal vez esa sea la respuesta para el hecho de que tengamos todos versiones tan diferentes sobre un mismo hecho histórico como el de la UP o el de la guerra del Pacífico, por ejemplo”, aventura Reyes. “Esas preguntas están en la novela gráfica y en ella, Rodrigo y yo ofrecemos nuestra propia respuesta”.
Los desafíos de la gráfica
Desde el punto vista gráfico, los desafíos también fueron diversos.
“Por un lado realizar una gran variedad de retratos de personajes históricos que debían ser reconocidos y que en algunos casos debía dibujar dándole expresiones faciales de las cuales no existían registro”, explica Elgueta.
Además, para las locaciones de esta historia, el dibujante debió abastecerse de una buena cantidad de fotografías de aquellos años y buscar sectores de la ciudad que mantuvieran su misma arquitectura.
Otro problema fue plasmar en un dibujo situaciones históricas fundamentales que nunca antes se habían representado. “Por ejemplo, un momento de ira de Allende cuando arroja su teléfono, o cuando disparaba desde el balcón de una oficina de la Moneda en el momento del golpe mismo”, indica.
Tema de actualidad
¿Pero por qué estos artistas quisieron sumergirse en aquella época que ni siquiera alcanzaron a vivir?
Entre otros por sus biografías personales, podría decirse. Para Reyes, por ejemplo, el tema de la UP no era nada ajeno: su padre trabajó en la mítica editorial estatal Quimantú, uno de los símbolos del gobierno popular, que de hecho también tiene su lugar en el libro.
En su opinión, la experiencia de Allende tiene una tremenda actualidad, “sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos políticos como la corrupción y el despertar ciudadano que comenzó con el malestar estudiantil”.
“Ese caldo de cultivo social ha elevado el estatuto de Allende como el último mandatario que encabezó en Chile una utopía”, dice Reyes. “Allende es hoy una figura muy presente en el país, una figura que todavía divide a Chile y agita los ánimos de defensores y detractores. Cosa habitual por estos lares en que llegamos tarde y mal a aceptar nuestros hitos, tal y como ha sucedido con Gabriela Mistral o Violeta Parra, por ejemplo”.
“Fuera del país, Allende es ya un mito universal, homenajeado en múltiples formas en el extranjero. Allende es un arquetipo, un superhéroe, si se lo quiere ver desde la óptica más ñoña de la historieta. Allende encarna algo que ya excede lo local y lo político”, añade.
Gráfica y memoria
Para el guionista, la historieta como arte puede y debe hablar sobre estos temas desde su propia especificidad. “Si Chile no lo hace y no habla de frente estos temas, si los sepulta, como acostumbra, nos van estallar en la cara tarde o temprano. Los artistas deben seguir revisitando estos temas, discutiéndolos. Es un deber”, asegura Reyes.
“Creo que la novela gráfica chilena está en deuda con las miles de historias dignas de contarse de este período de nuestra historia, incluyendo el golpe militar y el período de la dictadura”, coincide Elgueta, que demoró dos años en dibujar la historia.
“En otros ámbitos de la creación -literatura, pintura, teatro, cine, etc.- ya se ha hecho, pero aún así, y bajo la profusión de tantos reportajes en estos últimos años, todavía nos damos cuenta que falta mucho por descubrir… no olvidemos que los tribunales de justicia de nuestra país aún tienen cientos de casos que no se han investigado y demorarán años para que se agoten las instancias de investigación de todos ellos y que finalmente son historias humanas dramáticas de abuso, sufrimientos, etc.”, señala.
En este sentido, para Elgueta “Los años de Allende” explora esta época, atreviéndose a revisitar nuestra historia, “re-enjuiciarla, re-analizarla, mirándola sin prejuicios, como en un reflejo sincero que nos habla de actores que complotaron infamemente contra su propio país”.
“La literatura, el cine, el teatro ya están abordando este tema hace rato, la historieta no hace sino aportar lo suyo”, remata Reyes. “¿Por qué? Porque Chile debe encarar sus fracturas y hablar del pasado sin tapujos, es la única forma de avanzar. No creo en eso de olvidar el pasado sin discutirlo y mirar solo hacia el futuro. Es una forma cobarde de evadir lo que nos ha traído al Chile de hoy».
Ahí personas que con sus acciones marcan un punto de inflexión en la historia; uno de estas personas cuyas acciones marcaron rupturas históricas fue Fabricio Ojeda. Al conmemorarse 59 años de la publicación de su Carta de renuncia al Congreso de la República. En opinión muy personal este es un hecho de gran importancia, y que sería a su vez el nacimiento de un gigante. Siempre e visto, e imaginado a Fabricio como a un gigante, como un superhéroe sin capa, como a un personaje salido de algún cuento de Cortázar. Lo veo luchando contra monstruos amorfos y corruptos, que devoran a los pueblos indefensos. En ocaciones imagino a mi Fabricio acompañado de otro gigante justiciero, uno venido del sur, de la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, este otro gigante se llama Rodolfo, que al igual que mi gigante es periodista y escritor, ambos enfrentan las injusticias sociales de gobiernos traidores y dictaduras militares. Al gigante Fabricio más allá de homenajes y discursos, insustanciales o no, se le necesita estudiar e interpretar más, Fabricio aún tiene mucho que decir, y mucho tiene aún que hacer por su pueblo. Es por ello que acá les dejo a manera de homenaje el trabajo que hiciera Omar Ruiz Alzamos tus banderas Fabricio Ojeda. Libro que fuera publicado por el fondodelsur https://fondodelsur.com/category/prueba/
Enrique Fernandez / Presidente Fondo editorial del sur
En los años de plomo de la Argentina, en donde el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón se descomponía a pasos acelerados y era cercado por una Junta Militar devenida en un factor de poder clave en la coyuntura nacional, los medios jugaron un rol principal en el deterioro de esas precarias condiciones institucionales. El casi inevitable derrocamiento de María Estela Martínez de Perón a mano de las cúpulas militares apadrinadas en las sombras por la embajada estadounidense –en Chile ya había sucedido en 1973 y también en otros países de la región–, finalmente se concretó el 24 de marzo de 1976, inaugurando acaso la más sangrienta dictadura argentina.
Al igual que en Chile, los golpistas llevaron adelante dos premisas básicas planteadas por Washington, como una necesidad estratégica para América Latina: aniquilar cualquier foco de resistencia social y armada, y someter jurídicamente al Estado argentino y su aparato productivo, enajenando su economía bajo el nuevo dogma privatizador representado por la llamada Escuela de Chicago.
En aquellos años de represión brutal, de genocidio perpetrado con mecanismos metodológicos diseñados por el Pentágono, y desmantelamiento de la industria argentina en beneficio de grupos extranjeros, la (des)información fue un arma más de esa guerra sucia, que en el caso argentino costó 30 mil0 muertos. Los grandes medios hegemónicos (diarios Clarín, La Prensa y La Nación, junto a decenas otros medios provinciales, radios y TV), fueron cómplices activos en el proceso de ocultamiento y narcosis de una población sometida al terror estatal.
Sin embargo, surgieron iniciativas militantes, combativas y fuertemente estimuladas a generar trincheras informativas que rompieran el cerco mediático impuesto por la dictadura. Una de ellas fue la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), fundada por el escritor y militante montonero, Rodolfo Walsh, junto a colaboradores reclutados entre del peronismo combativo. Ente ellos Carlos Aznárez, periodista que fue pionero y artífice de la primera hora de ANCLA y que, junto a Walsh y otros periodistas, desafiaron la sentencia de muerte y tortura que la dictadura imponía a cualquier opositor o enemigo de aquel genocidio, ya en pleno desarrollo desde marzo de 1976.
Carlos Aznárez, que actualmente dirige la mítica revista de alcance internacional Resumen Latinoamericano, nació en Buenos Aires en 1947 y hoy es un reconocido histórico de la izquierda argentina, que acumula una larga trayectoria en el periodismo militante y revolucionario. Fue redactor en los diarios Noticias, La Razón, Página 12 y Sur y las revistas Crisis y Fin de siglo, entre otros.
Antes y después de la última dictadura formó parte de diversas organizaciones revolucionarias y sindicalistas. Autor de varios libros de reflexión e investigación como Tupamaros (Buenos Aires, 1967); El padrino de la mafia sindical (Buenos Aires, 1988) y 500 años después: ¿descubrimiento o genocidio? (Madrid, 1992); Palestina, una nación, un pueblo y Los sueños de Bolívar en la Venezuela de hoy (Txalaparta, 2000); y junto con Javier Arjona escribió Rebeldes sin tierra (Txalaparta, 2002).
Tras más de cuatro décadas trabajando en las trincheras de la información y siempre en los márgenes que impone la vertebración de un capitalismo totalizador, sobre todo en el ámbito comunicacional, conversamos con Aznárez sobre aquellos años de prensa clandestina y de la Agencia ANCLA, hoy convertida en parte ineludible de la taumaturgia revolucionaria en toda la región.
En 1976 usted fue uno de los miembros fundadores de la ANCLA, junto a Rodolfo Walsh y otros… ¿Qué motivó la creación de la agencia en los inicios de una dictadura que ya había demostrado su ferocidad desde los primeros días de su arribo al poder?
Vivíamos en plena dictadura militar, soportando una cerrazón informativa como jamás había ocurrido en el país, y es en ese marco que el oficial montonero Rodolfo Walsh se fusionó mental y físicamente con el Walsh estratega comunicacional y con el Walsh que había demostrado ser un maestro del periodismo de investigación al escribir Operación Masacre, relatando lo ocurrido con los fusilamientos de patriotas peronistas en 1956. Parió entonces un instrumento que sirvió para romper el muro de silencio que nos quería imponer la dictadura, y además, supo vencer el discurso del terror, que actuaba como desmovilizador y paralizador de la sociedad.
Con esas premisas y la recomendación tácita de que para quienes formáramos parte del equipo de ANCLA, esta iba a ser, desde ese mismo momento, nuestro ámbito prioritario, nace en el marco de la organización político-militar Montoneros, en junio de 1976, una herramienta que duró poco más de un año pero que marcó una profunda huella en el escenario del periodismo insurgente. Sin embargo, a diferencia de otros insumos comunicacionales de la organización, ANCLA nunca apareció como órgano de la misma sino que deliberadamente se planteó que sea un servicio informativo de la resistencia en general, pero todos los que militábamos en ella éramos integrantes de Montoneros.
El tema de lanzar una Agencia de noticias era de una gran trascendencia: teníamos que transformar un espacio de clandestinidad en una fuente contra-informativa y de denuncia sobre los desmanes, atropellos, violaciones de los Derechos Humanos (torturas, asesinatos, campos de concentración) y demás fechorías que estaban cometiendo los militares de las tres armas, y el grupo importante de civiles que les acompañaban en el genocidio. Además, se hacía fundamental eludir la censura para dar a conocer las numerosas acciones que la resistencia popular (no solamente la armada) estuviera generando día a día en cada rincón del país.
¿Cómo eran las relaciones entre los medios y el poder militar que gobernaba el país? ¿Más allá de una evidente censura… había colaboración mediática con la dictadura para encubrir sus crímenes?
Desde ya la colaboración de la totalidad de los medios hegemónicos con la dictadura fue fundamental para que la misma actuara con facilidad para imponer su discurso. Como suele ocurrir, los medios preparan el terreno, intoxican de antemano. Ya desde el desgobierno de Isabel Perón no les costó mucho esfuerzo hacerlo y la desinformación se acrecentó desde fines de marzo de 1976, cuando los militares se hicieron con el gobierno. Medios como el vespertino La Razón, o los matutinos Clarín y La Nación (infaltables a la hora de tergiversar la realidad) se plegaron eufóricamente a demonizar cualquier tipo de resistencia popular a la dictadura y esgrimieron los mismos argumentos que la Junta Militar de Videla, Massera y Agosti, caracterizando de “terroristas” no solo a los que luchábamos con las armas en la mano, sino a todo aquel que militaba pacíficamente en barrios, fábricas o escuelas y Universidades. A estos medios tradicionales de la derecha más cerril, se le sumó un diario que en sus orígenes supo ser medianamente progresista, La Opinión, dirigida por Jacobo Timerman. Desde allí, se ensalzaba la tarea de los militares y se generaban matrices de opinión muy parecidas a las que por esos tiempos levantaba el Partido Comunista Argentino sobre que “Videla –y otros como él– no eran fascistas como Pinochet”. A nivel de revistas, Gente y varias del grupo Fontevecchia también servían a la dictadura prestando sus páginas para armar “operaciones comunicacionales” contra los luchadores e incluso, como hizo Gente al mentir descaradamente sobre los desaparecidos, los asesinados, los exiliados. Para los que han perdido la memoria, uno de los más acérrimos “periodistas” colaboracionistas era Samuel “Chiche” Gelblung, que aún sigue trabajando en los medios, con total impunidad.
A los canales televisivos no vale la pena ni mencionarlos, ya que eran todos funcionales a los discursos y tropelías de los militares y sus “grupos de tareas” represivos y criminales.
Cuéntenos un poco la trastienda de la creación de ANCLA.
La Agencia fue diagramada por Walsh siguiendo los cánones de cualquier agencia informativa tradicional, con la particularidad de que esta actuaba clandestinamente. El plantel fijo, éramos, además de Walsh, Lila Pastoriza, Lucila Pagliai y yo (los que funcionábamos en la redacción). Otro integrante era el periodista de “El Cronista Comercial”, Eduardo Suárez, quien colaboró estrechamente con nosotros desde afuera de la sede de ANCLA, hasta que en un operativo militar lo secuestraron junto con su compañera y pasó a engrosar la dolorosa lista de los 30 mil compañeros y compañeras desaparecidas. También había varios colaboradores y colaboradoras que periódicamente acercaban información, que chequeábamos y casi siempre se convertían en notas. Entre ellos estaba el exmarino Mario Galli (lo hicieron desaparecer junto a varios miembros de su familia), mi querido hermano Adolfo “Fito” Infante, secuestrado junto a sus compañeros, y muchos otros de entrañable recuerdo.
¿Qué metodología utilizaban en la Agencia para obtener información que estaba restringida por la propia censura y cómo hacían para distribuir sus cables informativos y para no caer en redadas o allanamientos?
La redacción de ANCLA funcionaba en un piso que solo conocíamos nosotros. Todas las mañanas, como en cualquier redacción, llegábamos con los diarios y principales revistas del día, hacíamos una lectura pormenorizada de los mismos, incluidas las secciones “no políticas”, como ser las de la farándula, necrológicas y hasta las deportivas o de misceláneas. Walsh sostenía que “toda la información sobre lo que nos interesa está a la vista, lo que pasa es que hay que saberla leer entre líneas y traducirla para nuestros objetivos”. Obviamente, hacíamos a media mañana una pequeña reunión de redacción y de distribución de temas para hacer los cables o despachos que ANCLA daría a conocer en esa jornada. Abordábamos todos los temas: Derechos Humanos (todo lo que tuviera que ver con la represión), Fuerzas Armadas y policiales, Iglesia (la tradicional y la de la resistencia con los sacerdotes tercermundistas, casi todos perseguidos), Sindicatos, Políticos (la mayoría de los partidos estaban proscritos pero muchos de sus dirigentes seguían funcionando, algunos pegados a los militares y sus propuestas y otros más alejados), temas de Economía, Relaciones internacionales de la dictadura, los Empresarios y sus relaciones carnales con los militares, entre otros.
Una vez repartidas las notas, si teníamos información ya acumulada, nos poníamos a escribir, pero si debíamos conseguir más info, solíamos hacer algunos contactos con fuentes propias, que podían ser periodistas amigos o colaboradores de la organización, o contactos que algunos de nosotros manteníamos del tiempo en que trabajábamos legalmente. Todas estas salidas se hacían cumpliendo estrictamente las medidas de seguridad que imponía el agobiante clima represivo que se vivía.
Otra importantísima fuente informativa eran las y los compañeros de la organización. En realidad, teníamos miles de “corresponsales” en barrios, fábricas y otros sitios donde Montoneros seguía funcionando clandestinamente. Esos “informantes” nos acercaban por las vías naturales de contactos, datos o noticias a veces escritas en hojas de papel y hasta en servilletas. De la reunión de esos pequeños informes, después de contrastarlos, podían surgir nuevas investigaciones o notas de excelencia informativa. Walsh siempre insistía en que debíamos apostar a la total veracidad ya que era nuestra principal garantía de credibilidad para nuestros lectores. Otra fuente para recoger información eran unos pequeños scanners con que rastreábamos las radios de los móviles policiales y militares. Todos los días, algunos de nosotros hacíamos “escucha” de esas conversaciones del enemigo.
Luego de escribir las notas, las imprimíamos en unos mimeógrafos a alcohol, muy prácticos, porque eran extremadamente silenciosos. Usábamos “papel biblia”, muy finito y liviano, para que cuando armáramos los sobres para enviarlos a distintos destinos, los mismos no abultaran demasiado. Finalmente, ya con los sobres hechos (donde se ponían varios cables informativos sobre distintos temas), se salía a la calle para recorrer buzones y enviarlos. El destino local eran periodistas de medios, empresarios, curas, militares, sindicalistas y gente vinculada a la política, cuyos nombres y direcciones teníamos agendados. También algunos sobres se llevaban personalmente y se los dejaban en mesa de entradas de algunos sitios, pero estos eran los menos, para no correr riesgos. Una buena cantidad de sobres con los despachos de ANCLA iban al exterior, a los medios de comunicación más conocidos de Europa, Estados Unidos o algunos de Latinoamérica, y estos, a diferencia de los medios locales, sí los publicaban, y era la manera de visibilizar las atrocidades que estaban cometiendo los militares, los asesinatos, la instalación de campos de exterminio, los negociados, o la política de hambre y miseria para los sectores más humildes.
Menos de un año después de crear ANCLA, Rodolfo Walsh muere combatiendo en marzo de 1977. Tres meses después cae la encargada de coordinar la redacción, Lila Pastoriza, que también es secuestrada y torturada en la ESMA… ¿Qué pasó con ANCLA a partir de estas pérdidas en su estructura operativa?
En realidad, a mediados del 76, si bien los militares y sus “grupos de tareas” no tenían muy claro si éramos o no un grupo ligado a Montoneros, pero que sí les molestábamos lo suficiente por la repercusión que nuestras informaciones tenían en el exterior, comenzaron a cercarnos. De hecho, una vez que lo secuestran a Eduardo Suárez y que una patota militar “revienta” el piso en que funcionábamos, sin que caiga ninguno de nosotros, debimos descentralizar las tareas. Compramos nuevos mimeógrafos y cada uno se lo llevó a su casa. Desde allí seguimos escribiendo, recogiendo info y editando los cables. A fines de ese año y principios del 77, las caídas de compañeros eran apabullantes, pero sin embargo nosotros seguíamos funcionando con todo. Con Walsh se espaciaron los encuentros pero siempre mantuvimos el contacto entre quienes integrábamos el núcleo original. En marzo del 77, Walsh decide escribir la famosa e impactante “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que decide reasumir su identidad y firmarla con su nombre. La carta, como se sabe, fue el documento más exacto y demoledor sobre lo que realmente hicieron los militares en un año de gobierno, y si bien en Argentina se conoció mucho tiempo después, sí hubo repercusión de la misma en Europa. Ese mismo día en que Walsh y nosotros comenzábamos a distribuir la carta a través de los envíos habituales, un grupo operativo de la Marina intenta secuestrarlo. Walsh decide enfrentarlos y saca su arma, decidido a caer combatiendo. Lo llevan al Campo de Exterminio de la ESMA, pero ya llega muerto, algo que Rodolfo tenía claro que desde siempre: no entregarse vivo a sus enemigos. No les dio el gusto de que pudieran humillarlo.
Desde ese momento, con el dolor a cuestas de perder a un hombre y militante excepcional, de esos imprescindibles de los que habla Bertolt Brecht, empezamos a diagramar un plan B. Y la idea era, en virtud del cerco que sufríamos, sacar provisoriamente la Agencia fuera del país y desde el exterior seguir informando. Así es que al tiempo, tanto Lucila como yo viajamos a Europa, y esperábamos a Lila que se nos uniría poco después. Lamentablemente, Lila fue apresada por los asesinos de la ESMA, y prácticamente allí se fueron al garete nuestras posibilidades de seguir con la Agencia. Yo seguí militando en la organización, en la revista internacional de la misma, y finalmente me desvinculé junto a un numeroso grupo de compañeros en 1979, cuando discrepamos sobre el regreso al país en el marco de la contraofensiva que planteó la conducción de la orga.
Cuando usted se exilia en España, la agencia quedó bajo la dirección de Horacio Verbitsky y Luis Guagnini, que desaparece en diciembre de 1977… ¿Cómo continuó ANCLA durante el resto de la dictadura?
Al irnos Lucila y yo, Lila Pastoriza siguió –hasta su caída– editando junto a Verbitsky algunos cables de ANCLA. Luego de ser apresada, Horacio continuó un tiempo más y prácticamente, por razones de la ofensiva y el cerco militar, ANCLA deja de transmitir información. Guagnini estaba en otro servicio periodístico clandestino que fue Cadena Informativa, que también sucumbe con la caída y desaparición de Luis.
¿Tiene conocimiento de otras iniciativas similares a ANCLA en otros contextos similares a la última dictadura argentina? Bajo la Nicaragua de Somoza, la Cuba de Batista o la España de Franco, por decir tres ejemplos emblemáticos… ¿En otros países surgieron modelos alternativos de información para sortear la censura y el blindaje comunicacional siempre impuesto por los gobiernos totalitarios?
Siempre que hubo dictaduras y censura total, los pueblos se las ingeniaron para resistir no solo en las calles o desde la clandestinidad, sino también en lo que hace a lo comunicacional. Así en Cuba, las transmisiones de Radio Rebelde hicieron historia y ayudaron muchísimo a que la población estuviera al tanto de los avances de la guerrilla encabezada por Fidel y el Che. Lo mismo ocurrió en El Salvador con Radio Venceremos o en Nicaragua con Radio Sandino y Radio Venceremos. En todos estos procesos revolucionarios surgieron cientos de hojas informativas y periódicos confeccionados e impresos desde la clandestinidad. En España, numerosos medios antifranquistas fueron impulsados por los anarquistas y los comunistas. Nombres de periódicos como Fraternidad, Solidaridad, en Asturias, o Crisol en el País Vasco.
Sin dudas la revista Resumen Latinoamericano, que usted dirige, rescata el espíritu de ANCLA y de un periodismo militante que lleve luz allí donde los medios hegemónicos callan, distorsionan y tergiversan… ¿Qué reflexión final nos podría ofrecer sobre ANCLA y la importancia de la información veraz en tiempos de muerte y obstrucción de la verdad?
Así es… Cuando decidimos fundar Resumen en el exilio, en 1979, con el nombre de Resumen de la Actualidad Argentina y Latinoamericana, lo hicimos inspirados en ANCLA y en las enseñanzas de Rodolfo Walsh. Luego, cuando pude retornar al país en 1983 nunca dejé de militar en lo comunicacional alternativo, hasta que en 1993 decido poner en marcha este proyecto que hoy es Resumen Latinoamericano y que se ha convertido en una plataforma continental que contiene prensa escrita, radio, programas de TV, presencia en las redes digitales y talleres comunicacionales. Todo ello, con la idea de seguir dando testimonio en tiempos difíciles, en luchar contra el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado, desde abajo y a la izquierda.
ANCLA es hoy un ejemplo para quienes tienen vocación y espíritu militante en el campo de la contrainformación, ya que al decir de Walsh: “Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea”. Él nos demostró que con los mínimos recursos pero con la idea de estar defendiendo una causa justa se pueden conseguir importantes victorias en el campo informativo. Leer hoy los cables de ANCLA, escritos hace 43 o 44 años, conmueven por su inocultable vigencia en algunos aspectos de la realidad, y en ese sentido creo que está resumido todo lo que –desde mi punto de vista– debe ser la práctica periodística: desafiar la censura y la autocensura, apostar a la veracidad y reivindicar, como comunicadores populares, el papel de militantes comprometidos con las luchas de nuestro pueblo y de los pueblos del continente. Para terminar, ahora que el continente y el mundo atraviesan momentos muy complejos, más que nunca repito con Walsh: ”Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
Por Alejo Brignole – Correo del ALBA, Resumen Latinoamericano
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